Aplaudiendo la antipolítica en el hemiciclo

Una fea costumbre que se ha instaurado en los diputados de todos los colores es aplaudir a sus portavoces y murmurar y a veces claramente abuchear al contrario.

He sido conseller de distrito de Horta-Guinardó y estaba estrictamente prohibido aplaudir cualquier intervención, e incluso cuando el público lo hacía, los tres Presidentes que ha tenido ese plenario mientras yo he sido conseller, era recriminado. Entendí que esta medida era buena porqué manteníamos la seriedad de la institución y el respeto por el debate, reduciendo el navajeo dialéctico y la absurda lucha por “quedar como el vencedor dialéctico”. Un respeto institucional que indicaba que entendíamos los participantes que el plenario de un distrito no era la asamblea de un partido o un mitin político.

Esta costumbre de no aplaudir (o hacerlo solo en ocasiones muy puntuales, como la elección de un President o cuando se aprobaba alguna propuesta de alto interés general y compartida por todos los grupos) es bastante más extendidda, Parlament de Catalunya, plenarios municipales, etc..

Lo del Congreso es una excepcionalidad bastante orientada a trasladar mediáticamente una imagen de triunfo después de cada intervención por parte de propios y de fracaso por parte de extraños. Dejan ver que el debate parlamentario es un teatrillo más orientado a los medios que a los propios diputados o los ciudadanos. Algo que me hace sentir cierta vergüenza, y que degrada la política.

Os dejo un ejemplo, ni es el único, ni es la única vez, ni es el único grupo parlamentario que lo hace, pero un minuto y medio de aplausos al Presidente Rajoy por parte de la bancada popular es excesiva incluso para los estándares actuales.

Este tipo de prácticas, por cierto, se está extendiendo, del hemiciclo se pasa a realizar aplausos en ruedas de prensa llenas de adeptos de partido por parte de alcaldes cesantes por supuestas causas de corrupción.

Algunos llevan confundiendo demasiado tiempo las instituciones con mítines de partido, y esto es una muestra más de la cultura de la degradación de la política en la que nos movemos.

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