El único error que no podemos cometer es desistir

El independentismo y el estado español ha llegado en el conflicto político en una situación que tiene un símil en la guerra de trincheras como la que sucedió en el frente occidental durante la Gran Guerra. No parece que nada de lo que haga el estado español pueda frenar la intención de dos millones de catalanes de secesionarse y de seguir desgastando al estado español. Tampoco parece que ninguna acción que tomemos los independentistas nos acerque rápidamente a la victoria.

Los independentistas hemos aprendido que lanzar ofensivas de desobediencia sin garantías solo sirve para desgastarnos. Ya tenemos bastantes presos, exiliados y represaliados. Los suficientes para que la causa catalana sea contemplada internacionalmente y para ayudar a forzar las contradicciones del estado español cuya democracia es bastante descuidada. Los independentistas nos hemos arremangado para la guerra de desgaste en la que estamos, sea por necesidad o por incapacidad ahora de definir un escenario a corto de ruptura, es tal y como nos hemos ido posicionando todos.

En cambio el estado español en lugar de utilizar un cambio de estrategia sigue insistiendo en lanzarse contra la misma trinchera una y otra vez. Cada acción represiva solo tiene el efecto contrario, unifica a los independentistas, sigue mostrando España como un régimen autoritario, genera estupefacción en los socios internacionales y hace crecer la profundidad de las defensas en tierra de nadie.

La demografía juega a favor de los independentistas, y difícilmente los independentistas dejen de serlo. En cambio hay un sector no independentista democrático que cada vez más tiene problemas para creer que España puede ser transformada, que si logramos tejer con ellos un frente antirepresivo, nuestra trinchera se ensancha, gana más pozos de tirador, amplía posiciones de avanzada y observación y sometemos a un mayor desgaste de artillería política al estado español.

Tenemos muchos frentes que combatir, muchas batallas que ganar, muchos corazones que conquistar. Tenemos un camino que es más largo que el que creíamos y partimos con las tropas desgastadas, heridas y con desconfianza entre los aliados. Pero el enemigo no sabe hacer nada nuevo. Sigue provando una y otra vez las mismas tácticas. El ataque frontal a campo abierto con todas las fuerzas.

Nosotros aún somos más débiles, tenemos menos potencia de fuego, pero cada vez atinamos mejor, cada vez causamos más bajas y desgaste al enemigo reduciendo nuestro propio desgaste. Flanqueamos, esperamos a contra-atacar cuando es el mejor momento, comenzamos a responder de manera que maximicemos nuestro esfuerzo.

En el arte de la guerra política estamos aprendiendo de nuestro enemigo, pero él no está aprendiendo nada de nosotros. Porqué no nos entiende, ni siquiera logra identificar nuestros puntos fuertes, porqué simplemente se cree invulnerable. Pero no es así. Siguen atrapados en el dilema de como conseguir derrotarnos. Nos comienzan a temer porqué saben que el tiempo juega a nuestro favor. Que la demografía es nuestra aliada, que las personas con un vínculo emocional con España cada vez son menos. Saben que ganaremos si no logran una victoria a corto.

Como las fuerzas alemanas que invadieron la Unión Soviética. O ganaban en el 1941 o ya era imposible una victoria estratégica después. Nos podrían haber derrotado de un plumazo permitiendo un referéndum el 2014, o ninguneando e ignorando el del 2017. Pero cometieron los peores errores. El éxito del referéndum del 1 de octubre tuvo muchos padres y madres, pero es indudable que la sobre-reacción del estado español nos ayudó. Cometieron el error de mostrar que España se parece más a Turquía que al Reino Unido.

La arrogancia de nuestros rivales llevó a lanzar a su rey a regañarnos y castigarnos. No solo se conformaron con un “a por ellos”, nos aplicaron el 155 y encerraron o obligaron a marchar al exilio a nuestros dirigentes. Creyeron que con eso nos mataban. Y no.

La victoria no está a tocar. El mundo nos mira, pero de reojo. Estamos algo lejos de tener una mayoría social hegemónica. El “govern efectiu” no logra generar escenarios de futuro alentadores y el “govern legítim” no puede superar el simbolismo. Tenemos desconcierto entre las principales fuerzas independentistas, y también hay aprovechados que intentan utilizar el duelo mal llevado de algunos independentistas para lanzar su carrera personal.

Pero el enemigo aún con todos estos defectos, no puede derrotarnos. Solo si dejamos de persisitir y creer que podemos ganar, un los años que sea, nos puede derrotar. Las trincheras siguen llenas de independentistas en todos los frentes. Seguimos en pie, algo tambaleantes, pero en pie.

Los independentistas podemos cometer todos los pecados: desmoralizarnos, pelearnos entre nosotros, creernos mejores que nuestro rival, ser arrogantes, morder a posibles aliados, no entender a los no independentistas que son demócratas. Todo eso nos retrasará. Pero no nos derrotará.

El único pecado que no podemos permitirnos y que nos derrotaría es desistir.

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