“Economia verde” para paliar los efectos del calentamiento global según Krugman I

Hace un mes Paul Krugman publicó un exhaustivo artículo sobre la economía verde “Building a Green Economy”, un buen análisis de lo que puede ser una economía que permita paliar el calentamiento global.

Intentaré reseñar el artículo en dos posts, uno en el que analizo el planteamiento general que fundamenta la economía verde y las formas de poder tener una economía verde, y otro donde reseño el análisis que realiza Krugman sobre la viabilidad o no de poner en marcha esa economía y los costes económicos y sociales que tiene no implementarla.

Los fundamentos de la economía verde

Los intercambios en el mercado entre personas libres (y yo añadiría bien informadas) genera beneficios a ambas personas. Si yo vendo un libro por 20€ y tú me lo compras eso quiere decir que yo te lo vendo por encima del precio que me cuesta fabricarlo y tú lo compras por un valor económico menor al que tú le das (si te lo vendiera muy caro no lo comprarías, evidentemente). Después del intercambio hemos creado ganancias para ambos. Los mercados eficientes son aquellos que maximizan el total de ganancias para productores y consumidores y los mercados libres son más eficientes que los manipulados, siempre que no se generen monopolios, monopsonios, o haya asimetrías que los corrompan.

Pero la eficiencia no lo es todo, no hay ninguna razón para asumir que el resultado del mercado por muy eficiente que sea produzca una ganancia que sea justa (en el sentido Rawliano de justicia). La eficiencia además no nos dice como garantizar la salud o ayudar a los pobres. Por eso creamos impuestos, estados del bienestar, y mecanismos que reequilibren las desigualdades apriorísticas sociales.

Pero además el intercambio puede producir perjuicios a terceros. ¿Qué pasa si para producir lo que tú consumes contamino el agua que utiliza un tercero?. Cualquier asunción que el mercado libre por sí mismo regulará todas las externalidades negativas que genera es pura ficción, o suponer que el sistema judicial es infinitamente efectivo.

Por ello, alrededor de estas externalidades negativas se genera todo un concepto de economía verde capaz de trabajar tanto desde la regularización como desde el mercado como confrontar estas externalidades negativas. Algo que el economista Arthur Pigou ya analizaba en los años 20.

Dos formas  de confrontar la economía verde

Ante las externalidades negativas generadas por una actividad económica se pueden afrontar como mínimo dos estrategias. La primera de ellas son estrategias orientadas hacia la limitación o la prohibición legal de la actividad económica, o medidas orientadas para generar incentivos en el mercado para que esa externalidad se reduzca.

Las medidas prohibicionistas son muy obvias. Lanzar vertidos con metales pesados a los rios es algo que genera externalidades negativas muy obvias, el hecho de prohibirlas en todo occidente ha permitido recuperar, algo, los ríos. La sustitución de combustibles con plomo por combustibles sin plomo en los vehículos en Europa occidental y en EEUU ha permitido reducir enfermedades entre la población infantil asociadas a la acumulación de metales pesados en la sangre y la reducción de estos indicadores en la sangre de los ciudadanos. Es decir, “prohibir” o “sancionar” o “regular” tiene efectos claros y significativos para muchas de estas externalidades negativas. El problema de esta prohibición es que es poco ágil en algunos casos.

Otra forma es la de generar incentivos en el mercado negativos para producir esta externalidad. Algo que ya expresó Pigou en los años 20 del s.XX, “la actividad económica que imponen costes a terceros no deben ser prohibidas siempre, sinó que deben ser desincentivadas”. Una forma de hacerlo es ponerle un impuesto (llamado impuesto pigouviano).

Esta segunda manera de combatir las externalidades negativas fué confrontada por los ambientalistas. Ya que se consideraba que toda contaminación era comparable a un crimen y por tanto punible y que habría que desear anular completamente. Esto chocaba con la realidad ya que la prohibición absoluta era muy difícil de implementar en algunos tipos de contaminación. El impuesto pigouviano genera un incentivo negativo a contaminar ya que hacerlo implica pagar un gasto que va a parar a las arcas públicas.

Una segunda forma asociada a crear mecanismos de mecado es la de crear unas cuotas negociables de emisiones. Esto provoca que las empresas que emiten menos que su cuota puedan beneficiarse de la venta de esta cuota a empresas más contaminantes. Las más contaminantes no se ven lastradas por una legislación que les dejaría fuera del mercado, tienen incentivos para reducir emisiones pero estas permiten un ritmo de reducción de emisiones razonable.

Las diferencias entre ambos mecanismos de mercado son para Krugman bastante claras. Mientras el impuesto genera incertezas respecto a las emisiones totales que tendrá esa actividad económica, genera certezas a cada contaminador sobre lo que le tocará pagar. Cada uno sabrá lo que pagará, pero no sabremos cuantas emisiones se realizarán. En las cuotas negociables se sabe cuanto se va a emitir en conjunto pero los actores individuales no saben cuanto van a pagar por estas emisiones.

La ventaja que tienen las cuotas de emisiones respecto al impuesto pigouviano es que se puede instaurar de tal forma que una parte del dinero que se mueve en pagar o recaudar por las cuotas puede volver al propio sector privado desde donde se recauda para financiar parte de las inversiones e innovaciones. A diferencia de un impuesto, que termina recayendo en el sector público y que es utilizado para aplicar medidas que palien los efectos negativos de las emisiones, el mercado de cuotas de emisiones puede hacer que parte no sólo vaya al sector público.

Las emisiones de gases invernadero un claso típico pigouviano

El tema de las emisiones de CO2 (y otros gases invernadero) son para Krugman un caso práctico donde los sistemas orientados al mercado son los que pueden conseguir resultados. Entre otras aplicar una legislación “que prohiba” las emisiones de CO2 es bastante absurdo, porqué nuestra economía actual y nuestras industrias y el transporte no puede, de golpe reducir a la mitad las emisiones sin incentivos. Estos incentivos han de existir para paulatinamente tender a una economía baja en carbono.

Al introducir medidas pigouvianas (impuestos a las emisiones o mercado de cuotas de emisiones) las empresas tendrán en cuenta los costes de las externalidades provocadas por sus emisiones de gases invernadero. Al escoger las fuentes de energía se tienen en cuenta también si estas están penalizadas o no por ser altamente emisoras de gases invernadero. Y además, si se basa en mecanismos de mercado y no en mecanismos punitivos-legislativos, se generan incentivos descentralizados y no planificados para hacer las cosas mejor.

Una objección que cita Krugman en su artículo a los sistemas de mercado de emisiones que presenta James Hansen es la siguiente. Las acciones individuales que luchan por reducir las emisiones no tienen un efecto en el global, si yo reduzco mis emisiones al comprarme un híbrido y dejar el viejo Lada de los años 60 hipercontaminante lo que libero son cuotas de emisión que un tercero puede utilizar y por tanto mi esfuerzo individual no beneficia al conjunto. Krugman replica que en medidas orientadas al mercado permiten generar incentivos negativos para que la gente deje de emitir gases invernadero, que no podemos esperar que sean las medidas altruistas las que nos libren de los peores efectos del calentamiento global y que cualquier solución ha de pasar por generar incentivos egoistas para que los individuos tomen decisiones que reduzcan emisiones de forma descentralizada.

En la segunda parte Krugman analiza los costes de no tomar este tipo de medidas para el caso del calentamiento global y la viabilidad de medidas orientadas al mercado.

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