La doctrina de la batalla decisiva y el procés

Cuando Japón se planteaba entrar en guerra con las potencias occidentales y en especial contra EEUU en los preámbulos de la segunda guerra mundial, la doctrina naval imperante era la de la batalla decisiva. Esta doctrina partía de la premisa de que la forma de ganar la guerra naval, y por tanto un conflicto entre Japón y las potencias navales occidentales (Reino Unido, EEUU y sus aliados) era buscando una confrontación con el grueso de la flota naval enemiga y derrotándola en una batalla en la que se decidiría prácticamente toda la campaña.

Una parte del independentismo cree que la victoria de la independencia se producirá cuando la sociedad catalana favorable a la independencia decida hacer un acto sostenido de desobediencia que ponga en jaque al Gobierno de España. Se cree que este acto sería el punto de ruptura y que forzarlo debe ser el objetivo central del movimiento independentista.

Bajo esa doctrina, el principal estratega naval japoneses, Yamamoto ya advirtió que Japón podía ganar la guerra si esta duraba menos de 12 meses, a partir de esa fecha creía que el poderío industrial de EEUU terminaría por decantar la guerra a favor de los aliados. Por ello la estrategia para ganar la guerra se centraría en destruir en una batalla decisiva la flota del Pacífico de los EEUU así forzando a EEUU a aceptar las conquistas japonesas en el Pacífico occidental, el plan para ganar la guerra tenía que ser en menos de 12 meses.

Bajo la idea de la batalla decisiva, el gobierno de Junts per Si presentó una hoja de ruta para conseguir la independencia en 18 meses. Tiempo en el que conseguirían mediante desobediencia política y social y un apoyo internacional lo suficientemente sólido para forzar una negociación con el estado para una secesión pactada.

El plan para conseguir paralizar la fuerza naval de los EEUU en base a una única acción militar exitosa en una batalla decisiva fue el ataque a Pearl Harbour. El objetivo era la aniquilación de la flota del pacífico de los EEUU que permitiera a Japón tiempo suficiente para construir las defensas del perímetro exterior de sus conquistas en el Pacífico occidental y paralizar la capacidad de acción de EEUU en todo el teatro de operaciones.

Una vez pasado los 18 meses, el plan del Govern de Junts per Sí se tornó en una batalla decisiva focalizada en el 1 de octubre. Un referéndum no pactado que en caso de tener éxito forzaría el reconocimiento internacional y obligaría al estado español a una negociación para o bien un referéndum pactado o una secesión pactada bajo tutela internacional.

Pearl Harbour fue un éxito pasmoso, se hundieron 6 de los 8 acorazados norteamericanos, además de otros navíos menores y cientos de aeronaves. Las pérdidas de Japón fueron mínimas. Se escapó la flota de portaaviones norteamericana pero el golpe facilitó las siguientes victorias japonesas, como la caída de la isla de Wake o la victoria japonesa en Filipinas. Durante unos pocos meses el Pacífico occidental parecía una piscina japonesa.

El 1 de octubre fue una victoria incontestable del independentismo. No sólo habían podido celebrar el referéndum y que más de dos millones de personas pudieran votar con una victoria aclaparadora del sí. Además se había conseguido mostrar las imágenes de la represión del estado español. Se avergonzó a aparato represor español, que a pesar de todos los intentos de impedir el referéndum este se había realizado y además con un coste enorme de la imagen de España como estado represor.

A partir de las victorias del primer año la estrategia de Japón se mostró errática. Tal y como había predicho Yamamoto, la potencia industrial de EEUU era imparable. La doctrina de guerra de los EEUU era de una guerra estratégica y de desgaste, en la que presentar siempre una superioridad logística y material y esta se aplicó a marcha martillo. Por poner un ejemplo, en 1945 EEUU había construido más de 100 portaaviones nuevos durante todo el conflicto de todo tipo de tamaño, mientras que Japón sólo había construido 7. Pero no solo se centraron en producir más, sino en paralizar la maquinaria de guerra del Japón mediante la flota de submarinos norteamericana. El principal objetivo de estos submarinos no eran los buques de guerra japoneses, sino la flota mercante. Esos submarinos interrumpieron todo el flujo de materiales y combustible hacia Japón. Eso obligó a los aviones y barcos japoneses a mantenerse prácticamente en puerto o sin volar durante gran parte del conflicto, a no poder entrenar a los pilotos japoneses, a no poder producir armas y a que los más de 3 millones de soldados japoneses en China, Indochina o el Pacífico sufrieran problemas de armamento, suministros e incluso alimentos. La economía de guerra japonesa quedó trinchada incluso antes de los bombardeos incendiarios de la fuerza aérea norteamericana. El diseño de guerra estratégica de EEUU basada en poder producir y sostener amplias líneas de suministro, un gran número de navíos de combate, una fuerza areronaval impresionante y a la vez paralizar la economía japonesa dio sus frutos.

EEUU no tuvo que derrotar los 3 millones de soldados japoneses, una fuerza impresionante y contra la cuál el ejército norteamericano no podía ni plantearse derrotar directamente. Su guerra fue estratégica. La derrota de Japón fue material. No en una batalla decisiva (todo y que hubo numerosas batallas), sino en una guerra de desgaste estratégica. Japón nunca se planteó que la guerra se tenía que ganar con buques escoltas en el Pacífico que protegieran sus convoyes, no se planteó que una guerra de desgaste requería primero una economía capaz de producir toda la maquinaria de guerra necesaria, no se planteó que tendría que sustituir los excelentísimos pilotos y las tripulaciones bien entrenadas de sus 10 portaaviones originales. No se planteó como garantizar el suministro de fuel ni la construcción de nuevos buques cisterna. Mientras EEUU producía un buque de carga Liberty en menos de 24 horas, la flota de transporte japonesa era incapaz de sostener las pérdidas producidas por los submarinos clase Balao o clase Gato.

El pensamiento dominante basado en una batalla decisiva forzó la batalla suicida del golfo de Leyte donde los superacorazados japoneses intentaron sin éxito derrotar una ridícula flotilla de portaaviones escolta y destructores, en lugar de centrarse en hundir los transportes que estaban desprotegidos y así crear una derrota terrible a las fuerzas de desembarco norteamericanas en Filipinas. El pensamiento dominante basado en la batalla decisiva basada en destruir el grueso de la flota enemiga en lugar de pensar como ganar la guerra económica, industrial y de desgaste provocó en parte la derrota de Japón.

Después del 1 de octubre el gobierno de Junts pel Sí se encontró en una situación incómoda, su estrategia era llegar hasta esa fecha, conseguir el referéndum y así ganar el conflicto político. Pero no se produjo nada de ello. Conseguir la independencia con algo menos de la mitad de la sociedad a favor y una posición internacional débil, frente a un estado que es capaz de absorver el desgaste de aparecer como represivo debido al cinismo de la real politik internacional no se consigue mediante una batalla decisiva.

Ahora mismo, en lugar de pensar como ganar un conflicto que se ha de conseguir ganar a puro desgaste, entre lo que incluye debilitar la posición internacional española, laminar su imagen mediática en la prensa internacional, conseguir más simpatías y apoyos, en conseguir una base social amplia, en construir un frente antirepresivo que debilite el frente antiindependentista, en definitiva trabajar con una perspectiva de medio o largo plazo que facilite el tener mejores cartas en una futura ruptura democrática, gran parte del independentismo sigue buscando la batalla decisiva, ya, ahora.

Algunos independentistas casi parece que quieran acabar como el buque insignia de la armada japonesa, el Yamato, siendo destruido junto casi toda su tripulación en una batalla suicida imposible de ganar, con todos los honores, pero sin ningún logro real.

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