Conquistando lo inútil, ¿Por qué subimos montañas?

Si se le hace esta pregunta a un alpinista lo más probablemente es que reciba una retaila de explicaciones: el paisaje, el reto personal, la vista desde la cima, el reto deportivo, el riesgo, la relajación que produce el entorno, el subidón que produce hacer cima, etc… Pero en el fondo, Mallory, que murió intentando subir al Everst lo define de forma clara: “Porqué están ahí”.
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El título del libro de Lionel TerrayConquistadores de lo inútil, define exáctamente esta actividad en lo que es. Este término definido para el alpinismo de alto nivel, también se puede aplicar al alpinismo de más andar por casa que realizamos otros. No hay nada, más que la satisfacción personal, que se consiga al subir una cima a cambio de un esfuerzo (cada uno a su nivel) bastante considerable y exponiéndonos a ciertos riesgos (que no dejan de aparecer incluso en el alpinismo de nivel más básico).

En este post no pretendo hacer una recopilación de las posibles razones, excusas o motivaciones que llevan a la gente a practicar el alpinismo o el montañismo. Como individuos nos motivan miles de cosas, hay muchos aspectos en que adquirimos un aprendizaje emocional en cosas que aparentemente son poco atractivas y nos proporcionan placer. Nuestras emociones son lo suficiente complejas como para que un post intente encontrar todo lo que motivaría a alguien a subir a la montaña. Aún así hay aspectos que tiene el alpinismo que no tienen otras actividades y que incluyen un nivel de riesgo y esfuerzo muy alto a cambio de un beneficio pequeño en los aspectos que iré analizando (chute de adrenalina, actividad deportiva o valor social) mientras otras actividades proporcionan un nivel de coste/benefico más razonable.

Mi planteamiento es muy biologista, una actividad que tiene un alto nivel de riesgo y un bajo nivel de beneficio en apariencia, debe estar motivada por una base emocional que fomente este tipo de actividades y que evolutivamente haya sido favorecida. El alpinismo no es una actividad tan marginal como considerarlo fruto de una patología,  hay millones de practicantes en el mundo (en Catalunya  con una población de 7 millones y una baja tasa de federados hay más de 30.000 federados, que no son los únicos practicantes de alpinismo que hay en el país, por comparación, hay algo más de 11.000 federados en ciclismo, 4.400 en atletismo, el Fútbol gana con más de 150.000 y es considerado un “deporte de masas”).

La evolución favorece mecanismos emocionales que refuerzan comportamientos que potencian nuestras posibilidades de reproducirnos y de supervivencia.

Por decirlo de alguna manera, en general los actos suicidas en el ser humano son marginales, los índices de suicidio son minúsculos en comparación a otras causas de muerte, porqué evolutivamente se favorecen los comportamientos que nos preservan. Cuando asumimos un nivel de riesgo mucho más alto del que normalmente nos exponemos en nuestra vida cotidiana debe ser por conseguir un beneficio emocional que ha sido favorecido por la evolución, aunque este beneficio no tenga ya una motivación objetiva, en nuestra especie ha sido favorecido.

Lo que pretendo es perfilar que beneficios evolutivos permiten que en algunos individuos aparezca un impulso emocional a practicar el alpinismo y “subir montañas”. No considero que esta actividad sea tan marginal, como por ejemplo, el suicidarse, sinó que en rasgos generales podría aparecer en la mayoría de seres humanos en que las condiciones y el entorno les llevara a determinado aprendizaje emocional. Comenzaré descartando algunos aspectos que a priori nos podrían justificar el alpinismo, basándome en la regla de “coste-riesgo/beneficio”, y que en apariencia son las explicaciones habituales.

El alpinismo demasiado costoso para ser una mera búsqueda de emociones

Una primera explicación puede basarse en la necesidad del ser humano moderno de compensar la falta de emociones físicas directas a las cuales evolutivamente estamos preparados. La “atonía” de la vida moderna (al menos en los países avanzados y para la mayoría de personas) incluye cosas muy positivas, no tenemos que huir de los depredadores, ni caminar 30 kilómetros para recoger comida, no tenemos que cazar para alimentarnos, ni tenemos que pelearnos con nadie por un pedazo de comida. Tenemos otros problemas, pero en general, estos no se resuelven por un subidón de adrenalina o por otros mecanismos más primarios a los que estamos adaptados.

Por eso entiendo la práctica de “deportes de riesgo” (y utilizo el término deportes al de actividades de riesgo, con intencionalidad), que proporcionan un subidón de adrenalina, la emoción de una aventura inmediata y una satisfacción física, orgánica, a nuestros impulsos de sentir el riesgo. El alpinismo (sobretodo el de alto nivel) proporciona ese subidón de adrenalina, pero en la mayoría de casos este subidón de adrenalina está muy cercano a “pasarlo mal” y se requiere un gran esfuerzo para unas dosis muy bajas de adrenalina (al menos que estés practicando escalada clásica o alpinismo extremo, que es harina de otro costal). Es mucho más barato (incluso económicamente) ir a un resort donde en un entorno controlado y bajo la supervisión de monitores realizas una serie de “deportes de aventuras”: te paseas con quad por vías rurales, desciendes rápidos en ráfting, te subes por una pared fácil y luego saltas por una tirolina, montas un rato a caballo para relajarte y volver otra vez a tirarte por un río a practicar el hidrospeed.

Todas esas actividades tienen riesgos, mayor al mero hecho de quedarte en un cámping tomando el sol, pero menos que subir una cima con un paso técnico extraordinariamente sencillo. Las tasas de mortalidad de cualquier paso sencillo con cierta afluencia como para poder tener cierta significancia estadística es mayor que la de los resorts de aventura. Además el esfuerzo energético (y económico), psicológico y personal es mucho mayor por “unidad de adrenalina y emoción conseguida”. Esto último que afirmo tiene mucho riesgo, es verdad que la percepción de lo que es emocionante y el subidón es algo subjetivo, y que cada individuo lo vive de una manera diferente, pero dentro de toda esta variabilidad de sensaciones, es más probable que una persona tenga más “subidón emocional” bajando por un rápido que subiendo los pasos levemente comprometidos del Carlit. Igual que se obtiene más subidón emocional concentrado (y por menos coste energético) si te subes a una montaña rusa que si tienes que hacer una maratón.

Aunque he visto personas emocionarse al hacer cima o mientras pasan un paso aéreo o con cierta complicación o cuando logran superar una pequeña dificultad practicando el alpinismo, he visto más gente mirar con cierta aprensión ese mismo paso, y el grito de júbilo en la cima dura menos segundos que los gritos de histeria emocional de un grupo practicando rápeles y tirolinas en un resort de aventura. Y el coste energético y personal  y el riesgo de subir una cima de alta montaña, por muy fácil que esta sea, es mayor que el de hacer una actividad de deporte de aventuras.

Es más, ya que estamos, comparar la práctica del alpinismo ascensionista (aquél cuyo objetivo es “subir montañas” por una vía razonable) es distinta a la práctica de la escalada deportiva, que busca la dificultad de forma más o menos segura. En este aspecto podríamos encontrar que el subidón de adrenalina es mayor en el escalador de deportiva y la “sensación de riesgo” otro de los aspectos emocionales que combaten la “atonía emocional” de la vida moderna, es mucho mayor. Este que les habla, que no pasa de un V en escalada deportiva, tiene unos subidones de adrenalina que superan con creces sus espectativas ante la pared de deportiva más sencilla, en cambio en un paso de grado II, sin cuerdas, mucho más sencillo pero con un patio grande lo que tengo es “acojone” más que un subidón de adrenalina, y en general los alpinistas gustan de estos pasos que hacen “interesante” la cima pero no los pasan más veces que las necesarias.

El alpinismo es una deficiente actividad deportiva en comparación con otras.

La práctica del deporte libera serotoninas y hormonas que incentivan su repitición, además estamos adaptados a realizar ejercicio físico. Nuestro organismo de hecho se beneficia por la actividad física, aunque nunca está exento de riesgos y problemas, el deporte es algo que favorece nuestro organismo y es fácil que tengamos emociones positivas asociadas a la práctica deportiva. Pero el alpinismo como tal práctica tiene algunos defectos. Al igual que otras prácticas extenuantes como el ciclismo, el cuerpo se ve bastante dañado después de una actividad alpinística. Los alpinistas de élite pierden alrededor de una decena de kilos en una expedición, pero incluso una ascensión relativamente sencilla que salve un desnivel de 1.500 metros puede hacer perder un par de kilos en un sólo día, los órganos se ven estressados, el esfuerzo y el aire más enrarecido hace que el sistema cardiopulmonar trabaje a un ritmo más intenso, según que actividad alpinística (incluso de nivel bajo) requiere cargar un equipo pesado que deforma la columna y sobrecarga los músculos y articulaciones, los descensos son demoledores para estas últimas: en general los alpinistas por muy jóvenes que sean terminan con problemas en las rodillas . Las condiciones del descanso también dejan que desear: numerosos vivacs pasando frío, malas comidas o en el mejor de los casos unos refugios de montaña donde se duerme apelotonado y se cena el rancho de turno. Hay actividades deportivas más duras, pero el alpinismo está entre las que son más extenuantes y se realizan en condiciones más duras ya no sólo a nivel de élite (en este caso se alcanzan niveles de exigencia física extraordinarios), sinó también a nivel más humano.

Ascensiones sencillas (como la subida al Aneto por su normal), requieren madrugones y caminatas de más de 12 horas (sobretodo para las personas menos acostumbradas), salvar desniveles superiores a los 1.200 metros en tramos bastante “tiesos” en una sola jornada, a parte de tener un mínimo de técnica y material (saber utilizar grampones y piolet) y por tanto cargarlo, junto todo el agua y la comida necesaria, ropa para el frío, etc… es decir un mínimo de 6 o 7 kilos de mochila (normalmente más), encontrarse en una atmósfera que es un 30% más ténue en la cima que la que encontramos en la mayoría de ciudades donde vivimos, y que sin dar el “mal de altura” hace que nos cansemos más y el corazón vaya algo acelerado, y pasando algunos tramos de exposición donde “lo mejor es no equivocarse” porqué vas directo al barranco.

Frente a esta alternativa en una vía “fácil” como puede ser el Aneto por la normal, el “beneficio” deportivo comparado con cualquier deporte típico es inferior. Un tipo que haga un entrenamiento de cualquier disciplina del atletismo obtendrá mejor desarrollo muscular, cardiovascular y lo hará en condiciones mucho más seguras y menos lesivas para el organismo y en menos tiempo que el tipo que sube al Aneto. Desde bien pequeño he practicado intensamente varios deportes, con continuidad y durante años natación, baloncesto y el atletismo (los dos últimos como federado), además de otros deportes de forma más ocasional. Pues bien, mis peores “pájaras” han sido en la práctica del alpinismo, los peores madrugones han sido para subir montañas, y donde más masa corporal he perdido ha sido al volver de ascensiones especialmente duras.

Además del desgaste físico y personal, la práctica del alpinismo requiere una inversión logística que supera con creces la de otras actividades deportivas. Por ejemplo, jugar un partidillo de fútbol o de tenis sólo require un trayecto relativamente corto para jugar una hora y pico. Por cada hora de práctica deportiva se ha de invertir 30 minutos en logística. Practicar el ciclismo de carretera tampoco requiere una logística muy desarrollada, la ratio de tiempo de logística – tiempo de práctica deportiva es bastante buena. En cambio el alpinismo hace que tengamos en el mejor de los casos 1 hora de logística por 1 hora de práctica. Las salidas más rápidas requieren un trayecto de una par o tres horas de viaje para caminar 3 o 4 y volver en esas 2 o 3 horas. Ascensiones algo más complejas (o por el hecho de que no puedes vivir al lado de TODAS las montañas, ni aunque estén en la misma cordillera) conllevan mayor logística. Subir el Aneto por la normal, por ejemplo, requiere 5 horas de coche hasta Benasque, allí, en temporada veraniega esperar un bus que lleva a la Besurta operación que requiere 1 hora en el mejor de los casos (si haces llegar el coche al Hospital de Benasque justo cuando va a salir el bus y hay sitio), luego comienzas a caminar 1 hora hasta el refugio de la Renclusa (por el momento 1 hora de práctica deportiva y no precisamente de “ataque a cima” frente a 7 de logística). Una vez allí lo normal es dormir allí (y si prefieres atacar desde abajo del todo, habrás de dormir en el valle de Benasque porqué para subir al Aneto hay que madrugar, lo hagas por donde lo hagas, no puedes aspirar a subirlo si comienzas a caminar a las 11 de la mañana). Imagínate que lo ajustas todo para llegar justo a las 7 de la tarde, hora de la cena en los refugios. De 7 a 5 de la mañana es tiempo “de logística” (que has de dedicar sin poder practicar la actividad deportiva), cenas, preparas la mochila, duermes y desayunas, y a las 5 ya estás caminando, 12 horas después estás de vuelta en la Besurta y esperas el bus, un par de horas después estás en el coche y de vuelta. Todo eso si sale bien y el tiempo acompaña, porqué puede ser que acabes de salir del refugio para hacer cima y caiga una buena y te tengas que dar la vuelta. Al final, en el mejor de los casos (considerando que vuelves el mismo día que subes al Aneto ya que eres un crack que no terminas cansado y necesitas descansar en la zona un día más) has destinado unas 25 horas de logística para conseguir 13 horas de práctica deportiva, no quiero imaginar la ratio que requieren otro tipos de prácticas alpinas, mis ratios personales son aún más malas 3 a 1 para una ascensión que necesite el fin de semana. Sólo se me ocurre el buceo recreativo como una práctica deportiva donde la ratio “tiempo de fondo” y tiempo para llegar, prepararte, esperar, etc… es equivalente.

Como práctica deportiva en general, el alpinismo deja mucho que desear. Por mucho que estemos adaptados para tener incentivos a la práctica deportiva por necesitarlo el organismo, el “coste” de realización de esta práctica deportiva es muy alto en comparación con otros deportes. Si alguien practica el alpinismo sólo por el hecho de estar en forma, lo dejará en cuanto conozca una nueva disciplina deporitva. No puedes ser alpinista los miércoles por la tarde de 19 a 21 y los Sábados por la mañana alternos cuando hay competición, cada ascensión requiere como mínimo un día casi entero, por no decir de un fin de semana entero o un puente. Si quieres estar en forma es más eficaz ir al gimnasio.


El alpinismo como “valor social”.

Hasta ahora he dejado a un lado cierto aspecto de nuestro comportamiento que puede generar un aprendizaje emocional que explicaría porqué subimos montañas y es nuestro aspecto social. También estamos adaptados a tener habilidades sociales y a que generemos emociones asociadas a comportamientos sociales. Hay actividades que aparentemente no tienen ningún valor, pero que en un entorno social nos permiten obtener un beneficio (y por tanto es razonable que la evolución haya favorecido que se generen emociones asociadas que incentiven ese comportamiento). Por ejemplo, la contención de la agresividad contra los miembros de nuestro grupo nos permite seguir colaborando con él al no suponer una amenaza para nuestros compañeros. El generar comportamientos sociales donde ritualicemos la agresividad, evitemos los efectos más perniciosos de los conflictos con los próximos son favorables a nuestra supervivencia y es normal que en los primates estos comportamientos se den (un ejemplo extremo son los bonobos que solucionan los conflictos mediante ofrecimientos sexuales).

Emociones que en apariencia pueden ser negativas como la envidia se han comprobado que aparecen en varias especies de primates (incluído el hombre), seguramente es una emoción que a niveles no patológicos nos impulsa a escalar socialmente o a aspirar obtener mejores recursos (sean los que sean, para un tití será los alimentos más nutritivos que está disfrutando el mono de la rama de al lado para un humano del siglo XXI puede ser tener un coche como el del vecino), a la larga para los primates la envidia impulsa a tener mayores posibilidades de reproducción y mejores recursos para sobrevivir y no conformarse con las migajas.

El ser humano tiene una sociedad más compleja. Lo que para un primate puede limitarse a ser el primero en comer, el acceder a las parejas reproductoras más sanas o tener la preeminencia en el grupo, para los seres humanos es algo más complicado. Muchas cosas nos pueden dar “valor social”, desde los objetos que poseemos, desde el aspecto que mostramos de nosotros mismos, nuestra actividad profesional, las actividades que hacemos, los libros que leemos o los alimentos que ingerimos.

Lo mismo la práctica de actividades de ocio o los viajes que hacemos. Si practicas el surf tienes de que hablar en las veladas, es algo que no todo el mundo practica y emites una imagen de tí mismo. Si practicas el alpinismo, el golf, el fútbol, la pesca, la caza, la hípica, el atletismo, la petanca o el pressing catch es una actividad que ofrece una imagen de tí, te puede dar cierto “valor social” en tu entorno. Es como la ropa que llevas, es verdad que esta te ofrece abrigo del frío, protege tu piel del sol y de otras agresiones externas y seguramente te ofrece placer estético y expresa tu personalidad, pero también tiene un “valor social”.

Practicar el alpinismo permite fardar con los amiguetes, puedes explicar experiencias nuevas para muchas de las personas y si te encuentras con otros montañeros te ofrece tema de conversación. Ahora bien, hay actividades que “molan más” a un coste mucho menor. Un escalador de deportiva tendrá mejores fotos de sí mismo colgado de paredes mucho más verticales y en apariencia más “duras”. Un pobre alpinista que se muestre haciendo un ráppel en un paso de III (algo que requiere cierta técnica y que los montañeros más “normales” hacen solo de tarde en tarde) o subiendo una canal de 50º a pura técnica de piolet-bastón parecerá que simplemente se está arrastrando frente a un escalador de deportiva agarrado y saludando en un paso sencillo de V a 10 metros del suelo. Salvan las fotos un poco el entorno invernal, los paisajes y el romanticismo de la aventura pero aún así es más fácil obtener “valor social” (y tiene un coste físico y personal menor) con otras actividades que realizan pocas personas: bailes de salón, jugar a paddle, paintball o ir de viaje a Chipre.

Hay formas de ver paisajes sobrecogedores menos costosas que el alpinismo

Es cierto que el alpinismo proporciona una de las vistas más impresionantes y sobrecogedoras, llena el “alma”, los sentidos y proporciona unas “postales” que son difíciles de encontrar de otra manera. Ahora bien, los “trekineros” que no buscan cimas también pueden ver estos paisajes o incluso mejores, un senderista que recorre la ultra-trillada ruta de alta montaña de Carros de Foc tendrá algunas de las mejores vistas del Parque Nacional de Aiguestortes, a un coste de penalidades menor que el alpinista que sube el Peguera o la Punta Alta. Seguramente el senderista evitará ir en el período invernal donde tal vez se tienen las imágenes más impactantes y “alpinas”, aunque cuando los pasos ya están libres de nieve y hielo, los refugios abiertos, y en primavera todavía quedan grandes cantidades de nieve en cotas superiores estas vistas siguen siendo impresionantes. También hay rincones de la naturaleza fuera de la alta montaña al alcance de senderistas que tienen un increible encanto, que suponen una buena pateada y llenan los ojos y el alma. Otros se han de alcanzar por el mar, enormes acantilados que quitan el hipo, o se observan desde edificios altos dentro de ciudades. El “paisajismo” no está sólo al alcance de los alpinistas, y aunque hay determinadas imágenes que sólo están al alcance de estos (por ejemplo, la belleza del collado coronas, las vistas de 360º desde la cima del Petit Vignemale, la cara norte del  gran Vignemale desde las Oulettes en condiciones invernales, las cornisas cargadas de nieve desde las mismas crestas, o la visión desde una cima con mucha preeminencia en un entorno de alta montaña), también son tan embriagadores y no tienen nada que envidiar otros paisajes que se alcanzan mediante otras prácticas y actividades (para paisajes que se lo digan al que sube en un ultraligero). Comparado con el alpinismo, el senderismo tiene muchos problemas y riesgos parecidos (hay rutas de senderismo que son un verdadero suplicio físico) pero en cierta manera no requiere tantos sacrificios en coste/beneficio y está abierto a un mayor número de practicantes.


Subimos montañas por el mismo impulso que nos lleva a buscar nuevos entornos

Aún así, creo que comenzamos a acercarnos al punto donde podemos encontrar el mecanismo emocional que ha sido favorecido por la evolución que de forma indirecta impulsa a subir montañas. El “placer paisajístico” está asociado a una serie de emociones, las personas cuando vemos paisajes tenemos un placer estético y visual, nos sobrecogen, nos agradan y los buscamos, los plasmamos en fotografías, intentamos “apropiarnos” de ellos. Un impulso muy natural cuando vemos un paisaje nuevo es explorarlo. No sólo nosotros, muchos mamíferos tienen ese mismo impulso. Un perro que llega a un prado comenzará a explorarlo de arriba a abajo, los sarrios en la montaña recorren kilómetros y kilómetros, pasan valles y superan collados con el fin de ir encontrando mejores pastos. Incluso las vacas tienen ese impulso de buscar pastos y recorrer laderas. Sin tener esa capacidad para extasiarse estéticamente ante un paisaje alpino, los animales los exploran. Está en su etología recorrerlos buscando mejores posibilidades de supervivencia y reproducción.

En este aspecto nosotros no somos una excepción, la historia del homo sapiens ha sido la de una constante emigración y búsqueda de nuevos entornos. Forma parte de nuestra naturaleza el querer buscar nuevos entornos, de los 150.000 o 100.000 años que nuestra especie lleva existiendo más de 140.000 nos hemos dedicado a “ir siempre más allá”, o siendo emigrantes buscando nuevos territorios o siendo nómadas. Hemos sido sedentarios sólo una parte muy pequeña de nuestra existencia como especie, por tanto el “caminar”, “explorar”, “buscar nuevos entornos y paisajes” ha sido una actividad que nos ha permitido sobrevivir como especie y que ha sido favorecida por la evolución (si el cambiar de entornos fuera una mala estrategia hubiéramos sido una especie endémica en un único rincón del planeta), antes incluso de la racionalización de la civilización y la tecnología habíamos sobrevivido en entornos tan variados como las llanuras subárticas a los pies de los glaciares, los desiertos, las junglas tropicales y los archipiélagos de microislas. Un impulso del ser humano a lo largo de su historia como especie ha sido el de “buscar una nueva frontera y superarla”.

Por tanto ese placer paisajístico que seguramente tiene unos fundamentos sociales aprendidos (contagiados por el romanticismo, nuestra propia concepción del universo, los valores culturales en los que nos hemos bañado, etc…) también tienen un fundamento emocional favorecido por la evolución. Sentirse impulsado a buscar entornos nuevos (con nuevas oportunidades, pero también con nuevos riesgos), ha sido favorecido por la evolución y los mecanismos emocionales que refuerzan comportamientos que nos lleven a la exploración y la búsqueda de estos paisajes y entornos han sido seleccionados de forma favorable por la evolución. Seguramente el  que buscaba un entorno nuevo cuando las cosas comenzaban a ponerse algo complicadas de vez en cuando tenía bastante más éxito que el que se seguía quedando en un entorno conocido pero con las oportunidades bastante agotadas (por haber ya un exceso de población o por alterarse las condiciones locales).

En definitiva, el alpinismo nace como una actividad subproducto de un mecanismo emocional favorecido por la evolución que nos ha impulsado a buscar mejores pastos y entornos.

Al final podemos decorarlo de lo que queramos pero, más allá de que cada uno tiene una motivación individual diferente, y que podemos dotarla de todos los matices que queramos, tanto Terray como Mallory tenían razón al decir porqué subimos montañas: subimos porqué están ahí, y subimos a pesar de que sabemos que es una conquista de lo inútil.

Releyendo el post me he dado cuenta que parece que la práctica del alpinismo sea lo más difícil (y por tanto tiene un mayor valor) que cualquier otra práctica deportiva. Ni mucho menos quiero decir esto, y considero que cualquier práctica deportiva o actividad de ocio tiene mi completo respeto. Cualquier actividad dependerá también del nivel e intensidad del que la realiza, un futbolista empedernido dedicará muchos más esfuerzos, se expondrá a más lesiones y sufrirá más en su práctica deportiva que un alpinista ocasional, y en especial para los que son (y somos) senderistas, los trekineros y corredores de ultrafondo que realizan la Marathon de Sables o el Tour de Montblanc, sin subir una sóla cima ni tener que realizar ningún paso técnico realizan un gesta física, personal, mental (y en el segundo caso, incluso montañística) que la mayoría de alpinistas no podrán emular jamás.

12 comentaris a “Conquistando lo inútil, ¿Por qué subimos montañas?

  1. Puff, cómo te has enrollado, je, je…

    El extenso análisis que has hecho demuestra claramente lo difícil que es buscar las razones y motivaciones de una actividad como ésta… primero porque están relacionadas con las emociones, y por tanto son muy personales y diferentes para unas personas y otras… y segundo, porque posiblemente haya algo, o mucho, de “irracional” en una actividad como el alpinismo (o montañismo, para generalizar). De hecho, uno podría concluir de tu exposición que no existen motivos racionales para una actividad así… y puede que sea cierto. Pero, ¿a quién le importa?

    Yo puedo hablar de mi caso personal. Cuando me interrogo (o me interrogan) sobre por qué subo montañas, no se me ocurre una explicación completa que me deje satisfecho… sólo se me ocurren motivos variados, muy parciales. Tanto he fracasado intentando explicar por qué subo montañas, que por ejemplo mi propio padre nunca lo entendió (me consideraba un poco chalado a este respecto) y mi mujer tampoco creo que lo entienda mucho (se lo toma como una afición mía que tiene que “tolerar”…)

    Lo único que sé es que subir montañas me proporciona un inmenso placer. Obtener un placer de algo que cuesta esfuerzo y a veces hasta causa dolor hay quien lo considera masoquismo, pero cualquiera que disfrute practicando un deporte sabe que placer y dolor no son contradictorios, cuando el dolor es más bien un “esfuerzo dirigido” hacia la consecución de lo que te proporciona placer.

    ¿Cuál es la fuente de ese placer? Bien, en mi caso, llego a la conclusión de que tiene mucho que ver con el entorno natural, y con la manera de enfrentarse a él (“enfrentarse” no como confrontación, sino como “inmersión”, como respuesta a un desafío): disfrutar de un entorno natural un tanto salvaje, bello, a veces descarnado, casi siempre hostil… al que te enfrentas con muy poco bagaje: un cuerpo entrenado (para soportar el esfuerzo), una mente alerta (para procesar información y tomar decisiones adecuadas), y una vuelta a la utilización de los sentidos menos utilizados, a veces casi atrofiados, por la moderna vida diaria: la vista, el oido, el uso de manos y pies con la ayuda de unos pocos utensilios básicos (que no dejan de ser una moderna versión de palos y piedras, cuerdas y nudos).

    Hay un cierto gusto, por lo tanto, por esta “vuelta al primitivismo”, algo así como un ejercicio que te permite no olvidar que un día fuimos simios que deambulábamos por el campo con un palo en la mano.

    Igual que éso es irracional, posiblemente también lo es el gusto por estar inmerso en un paraje natural, extenso, abierto, donde frecuentemente hace demasiado frío o demasiado calor y las comodidades habituales de la vida no tienen cabida.

    El gusto por la naturaleza, cuando se adquiere, al menos a un nivel profundo, se adquiere en la niñez o adolescencia y ya no se pierde nunca. Pasa como con la afición a la literatura de ciencia ficción: o la adquieres en la adolescencia o ya no la adquieres nunca, y entonces permanece para siempre. Y lo que un niño o adolescente busca o siente en la naturaleza posiblemente tiene mucho que ver con la autorrealización y el desafío personal: de adulto, aunque estos valores puedan perder importancia, permanecen escondidos en algún rinconcito de la mente.

    Por lo tanto, estos dos puntos: gusto por la naturaleza y desafío personal ante un entorno hostil tienen mucho peso, en mi caso. Hay pocas actividades en la vida moderna mejores que el montañismo (quizá también ocurra en la navegación a vela) que te permitan poner en juego esfuerzo físico, emociones olvidadas y la necesidad de dominar unas técnicas que te pueden salvar el pellejo… ya que todo esto además es una versión moderna (para la mayoría de nosotros, edulcorada) de las antiguas actividades de exploración y aventura.

    Y luego, y muy importante: la colaboración y el compañerismo. Esto ya lo expresó mejor que nadie Gastón Rebbuffat:

    “una ascensión a una montaña es, ante todo, una excusa para la amistad”

  2. Hola Ender:

    La foto es desde el Baysellance, un poco más arriba, desde el collado del Petit Vignemale a 2.800 metros, y es impresionante la vista que de golpe tienes. De estar viendo la cara norte del Vignemale impactante desde las Oulettes, pasas al otro lado y tienes la que compite con la anterior como la mejor imagen del Pirineo.

    El Taillón no lo he subido y lo tengo en mi lista de “debe”, me es igual si se ha de subir en invierno o en verano, que iría con quien se ofreciera, así que ya sabes, :-) … Lo único es el rollo de ir hasta allí. 6 o 7 horas de coche no lo quita nadie.

  3. Hombre, yo lo he subido, pero por la normal desde Góriz, que es un paseo sencillo. Si lo que quieres es subir la norte, eso es harina de otro costal… desde luego en invierno es una actividad de nivel con bastante riesgo, como cualquier cara norte relativamente larga y vertical.

  4. No hombre… la norte directa no… subir desde Gabarnie, pernoctar en el refugio por encima de la famosa cascada y luego cruzas la brecha y atacas por el mismo lado que desde Góriz!!! Que uno no está para hacer escalada!!

  5. Ya me parecía, JA, JA…

    Esa que planteas es una excursión preciosa. Mi problema, como ya te dije, es que apenas me da el tiempo para planificar dos o 3 salidas al año con mis compañeros. Pero me lo apunto, por si acaso.

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  9. soy un alpinista solitario y hago mis expediciones en solitario tanto de trekkin como tecnico-medio de caras norte y muchas veces me preguntan porque me complico la vida en subir montañas, y me respuesta siempre es la misma, no lo se.

  10. Un artículo soberbio, mi enhorabuena.
    El otro día me encontré esta cita de Michael Ende en un blog de montaña. Está sacada de “La historia interminable”:
    “Las pasiones humanas son un misterio: quienes se dejan arrastrar por ellas no pueden explicárselas, y quienes no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay seres humanos que se juegan la vida por subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, pueden explicar realmente por qué…”

  11. Escalo las moñtañas porque en ellas vuelvo a encontrar y sentir a mi padre que falleció haciendo una caminata por la Quebrada Carhuascancha (Región Ancash – Perú). Era amante del trekking, escalaba montañas pequeñas, lo hacía sin equipo, usaba su llanqui (ojotas de caucho), y no porque no tuviese un zapato adecuado, era costumbre, lo usó desde niño, decía que era liviano, podía mojarse y secarse rápidamente. Seguiré conquistando las cimas, hasta que mi papá me quiera a su lado y si esto ocurriera escalando alguna montaña, será el mejor llamado.

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