Ciberactivistas y organizaciones políticas II: ¿es el ciberactivismo la política del futuro?

Sigo con la serie (corta) de artículos alrededor del ciberactivismo y las organizaciones políticas que nace inspirado por las jornadas sobre política 2.0 que organizó el PSC y en la que fuí invitado a la mesa. Hoy entraré en el artículo que ha inspirado gran parte del debate entre la gente próxima al PSC y el PSOE alrededor del ciberactivismo, de este gran artículo analizaré una parte final ¿que han de hacer las organizaciones políticas para asumir el ciberactivismo?. Antoni indica que no se trata sólo de considerar la red como un campo más de combate ideológico, no hay que confundir el ciberactivismo con las propuestas sobre TIC, ni con canalizarlo en una sectorial de “Sociedad de la Información”.

La cultura digital es una ola de regeneración social (de ahí su fuerza política) que conecta con movimientos muy de fondo en nuestra sociedad: placer por el conocimiento compartido y por la creación de contenidos; alergia al adoctrinamiento ideológico; rechazo a la verticalidad organizativa; fórmulas más abiertas y puntuales para la colaboración; nuevos códigos relacionales y de socialización de intereses; reconocimiento a los liderazgos que crean valor; sensibilidad por los temas más cotidianos y personales; visión global de la realidad local y creatividad permanente como motor de la innovación. Hay esperanza de nuevos liderazgos. Pero en la Red sólo se reconoce la autoridad, no la jerarquía. Mejor las causas que los dogmas.

Así que no estamos hablando simplemente de nuevos militantes (cibermilitantes) o de un nuevo campo de batalla política (la Red). Tampoco se trata tan sólo de nuevas herramientas (blogs, wikis, twitter, redes, videopolítica…). Ni tampoco se resuelve esta cuestión con una nueva “sectorial” (la de la sociedad del conocimiento y la información). No, no hablamos sólo de tecnología. Hablamos de la política del futuro. De comprenderla nuevamente, de repensarla en la sociedad red.“

Pero aquí comienzan mis “peros”. Antoni abre un frente claro a favor de que el ciberactivismo es la política del futuro. Yo diría que más bien es el elemento que caracterizará el paradigma de la participación del futuro a corto plazo. Y digo que es el elemento que caracterizará no el único.

Si los años 80 fueron los años donde el “paradigma” orbitaba alrededor de la abertura a las entidades vecinales y los movimientos sociales como las entidades estudiantiles, y los años 90 fué la década de los fichajes mediáticos, de la abertura a “nuevos sectores sociales” como los empresarios, artistas, emprendedores, etc.. la participación política desde la perspectiva de los partidos políticos se orientará hacia los ciberactivistas como “la novedad” y “la solución” a la pérdida de activismo social y credibilidad de las organizaciones políticas. Pero antes de afirmar que el ciberactivismo es todo lo que dice Antoni me gustaría analizar algunas dudas que surgen después de leer el artículo.

¿Puede realmente el ciberactivismo fomentar un nuevo tipo de política?

Hay algunas esperanzas puestas en que el ciberactivismo sea la puerta que canalice las inquietudes de lo que es una sociedad letárgica, individualista y que se mueve para causas con tiempo de caducidad.

I. El ciberactivismo como canalización de las inquietudes individuales

Es verdad que el ciberactivismo tiene muchos elementos que permiten construir una forma de relación entre el individuo y su socieda que conjugan el individualismo de nuestra sociedad de consumo y el interés general. El ciberactivista puede dedicarse sólo a las causas y aspectos de la vida política que le interesen. A diferencia de su actividad “de piedra picada” donde depende que en la asamblea se hable de determinado tema, o que el conjunto de una agrupación o asociación tenga que validar sus propuestas para poder trabajar un determinado tema, el ciberactivista puede desde su individualismo lanzar una campaña, criticar una medida concreta, reflexionar sobre lo que le interesa y contactar con gente que esos mismos temas les interese. Se puede sumar a una acción y olvidarla casi al momento si cree que le está consumiendo demasiado tiempo.

Pero también ¿eso provoca que el ciberactivista sea una persona más implicada con su entorno, más solidaria e interesada por el interés general? Es posible que la primera parte sí que sea real… el ciberactivista no deja de ser un observador crítico de su entorno, capaz, además de comunicar. No sólo dejará su discrepancia y oposición en un ámbito personal, sinó que el mero hecho de comunicarlo a un ámbito algo más amplio hará que la política institucional sea más controlada. Más ojos, más bocas críticas, más voces discrepantes pone en un brete a una política institucional orientada más a sobrevivir al escrutinio de los mass-media que de los propios ciudadanos. Un ejemplo es la campaña por las 65 horas (la campaña impulsada por la blogosfera de críticas a la directiva, pero también la que se ha impulsado como reacción a la información trasladada desde los mass-media) que de golpe hizo que se focalizara la atención de los ciudadanos hacia la UE. Segúramente sin esa atención (venida desde los ciberactivistas y también desde los mass-media) la directiva de retorno hubiera pasado sin pena ni gloria en los editoriales y entre las mismas bitácoras que hemos criticado (o defendido) la actuación de los eurodiputados socialistas del PSOE (que no los del PSC).

El hecho es que el ciberactivismo trae un reto mayor a la política institucional. Los políticos que gestionan lo público tienen y tendrán una mayor presión y control social de lo que hacen. Su acción estará más juzgada y criticada (al menos con una crítica comunicada) de lo habitual. Eso es positivo y en esto el ciberactivismo ayuda y es clave.

  1. El ciberactivismo y la política deliberativa, su incidencia en la política institucional real

Pero veamos en otros aspectos… ¿se genera un mayor interés por la política de forma que se valore el interés general y no sólo la cultura de “que hay de lo mío” o el fenómeno NIMBY? Según don-aire la política 2.0 permite una mayor democracia deliberativa. En esto intentaré entrar en un futuro artículo, pero de partida digo que “sí”. Cultura deliberativa que permite que un ciudadano participe de un conjunto más amplio, de más voces y de su confrontación. Esa confrontación de voces permite que el ciudadano tenga una visión más amplia de lo que en un tema le interesa. Si ese ciudadano se llama “alcalde del pueblo” será fantástico porqué habrá escuchado más voces que a las que accede normalmente. Sus decisiones pueden tener en cuenta esta deliberación en la red y en la calle (la que él haya podido captar).

Ahora bien, para las instituciones y los políticos institucionales, hoy en día lo que se diga en la red se la trae al pairo… exceptuando algunos políticos (como el Presidente de la Junta de Extremadura y algunos regidores y diputados autonómicos y estatales). ¿De que sirve que haya un gran debate sobre determinada acción urbanística en una red local si el que toma la decisión no sabe ni siquiera que este debate existe?. Los ayuntamientos grandes tienen grandes jefes de prensa y directores de márketing, dificilmente definibles como dircoms en el sentido más amplio, se mueven aún en la lógica eslogan y mensaje unidireccional. Aún no han asumido entre sus fuentes de información sobre lo que opinan los ciudadanos de su localidad lo que comentan en la red. Tienen un amplio respeto al medio de comunicación clásico aunque su audiencia sea muy pequeña pero ignoran y menosprecian lo que se debate en la red.

No estoy diciendo que los alcaldes tienen que abrirse un blog y contestar los comentarios, leer los blogueros de su ciudad y contestar todas las dudas. Eso molaría.. pero es inviable a menos que sea un político con una gran vocación comunicativa y de trabajo directo tanto en lo presencial como en lo virtual (un ejemplo de ellos puede ser el regidor de Gràcia, Guillem Espriu). No pido tanto… para que el granito de arena que aporta el ciberactivismo a la democracia deliberativa pueda ser recogido por la política “0.0”, la de verdad, donde existe ahora mismo el centro de toma de decisiones, esta ha de observar lo que dicen los ciberactivistas.

¿Hay incentivos para que los políticos institucionales se vuelquen a mirar lo que dicen los ciberactivistas igual que hacen con los mass-media?. Una visión optimista dice que sí… A parte del voluntarismo de los propios políticos que “crean” en la política deliberativa y confíen en el ciberactivismo igual que confían en el debate con los vecinos, y tengan en cuenta lo que se debata en internet, según la versión optimista hay incentivos positivos para que los más reacios también pongan antenas. Los políticos tienen como primera misión poder ganar elecciones para poder utilizar el poder de las instituciones. Esto es así, no nos engañemos.. políticos que hagan su labor institucional en la oposición o en le gobierno desean ganar elecciones para poder hacer ejercicio del poder en la aplicación de programas y proyectos políticos. Hay quien piensa que el ciberactivismo tiene la capacidad para superar la política del eslogan y conseguir orientar opiniones en una dirección u otra.

La teoría clásica dice que a mayores impactos negativos en la prensa conllevará una peor opinión del político de turno, y a mayores impactos positivos en la prensa conllevará una mejor opinión. Esto nadie lo hace como una regla de cálculo lineal, pero intuitivamente todo jefe de prensa se alegra de que una noticia positiva salga en los medios y se entristece por cada impacto negativo, calculando que eso tiene una repercusión real negativa o positiva en la opinión pública sobre su organización o sobre su candidato. Aquí “el canal” está controlado por unas pocas decenas de medios de comunicación con sus intereses comerciales propios, y los jefes de prensa tienen que aprovechar esos canales para intentar influir de cara a que los “impactos” sean positivos.

En el momento en que aparecen centanares de blogueros cada uno como un “nano-medio” con capacidad de influencia en un entorno pequeño, estos deberían ser considerados como “medios” con poca capacidad de influencia pero que en conjunto tienen capacidad de arrastrar y mover opiniones. Eso desde la perspectiva optimista. Hay ejemplos como el del mismo Obama que su capacidad de movilizar en internet le ha permitido girar la tortilla (junto con una estrategia de relato político y comunicativa magnífica en todos los frentes) a Hillary Clinton. Pero a un nivel “más humano” ¿la red tiene esa capacidad de influir en la opinión de los ciudadanos? A mi parecer todo dependerá del nivel de densidad de “ciberciudadanos” y “ciberactivistas”, cuando estos son hiperminoritarios su capacidad de influir será pequeña a menos que afecten a los actores mediaticos clave. Si los periodistas que son capaces de generar opinión leen blogueros para conformar la suya o para conseguir más información estos blogueros conseguirán una mayor capacidad de influencia y por tanto los políticos institucionales deberían tenerlos en cuenta y saber que opinan y reaccionar e interaccionar con ellos. El modelo del ciberactivismo mínimo se basa en que (y no son palabras mías) la tele es el medio que tiene más influencia pero a su vez los periodistas de tele basan sus noticias en lo que ha salido en los primeros noticiarios de radio del día y estos a su vez en lo que ha salido publicado en las primeras ediciones al cierre del día anterior en la prensa escrita, y estos a su vez muchas veces buscan información en otros ámbitos como los blogs. Es decir una noticia producida en un blog podría propagarse por la cadena mediática hasta la poderosa televisión. Esto es así en algunos casos (por ejemplo “El Comando Precario” consiguió su éxito saltando de la red a un periódico y de ahí a las radios y la televisión), pero son raras las ocasiones.

¿Es más efectivo el modelo de “densidades de ciberciudadanos altas”?, o sea si en una comunidad política (sea una ciudad, o un país) los ciudadanos que les interesa la política son un buen número y utilizan internet como principal fuente de información y conformación de opinión, entonces los políticos institucionales tendrán que estar muy atentos a lo que diga la red. ¿Pero eso es así?, en general no… los lectores de blogs son pocos, los autores menos aún, incluso a nivel del estado español, la “ciberpolítica” es algo que interesa a muy pocos. Si la política es algo que interesa a muy pocos la ciberpolítica es una actividad minoritaria… En principio parecería que destinar esfuerzos a la ciberpolítica por parte de los políticos institucionales no es demasiado rentable… si siguen centrándose en la política del eslogan seguirán obteniendo mejores réditos.

Una visión menos optimista utiliza dos hipótesis de las ciencias políticas en las que el ciberactivismo tiene un efecto propagador mucho mayor que el número absoluto de ciberciudadanos y puede ser clave a la hora de decidir el resultado de campañas electorales y tendencias políticas a largo plazo.

Según la mayoría de modelos de comportamiento electoral en general hay un electorado nuclear de cada opción política que no suele variar su voto, o se abstienen o bien votan la misma candidatura, mientras hay un grupo social que va variando su voto de forma utilitaria, o por convicciones puntuales. El efecto de “voto útil” y del “centro ideológico a conquistar” suele ser bastante real. Hay trasvase en las fronteras electorales. Así que una buena estrategia electoral consiste en 3 aspectos: movilizar tu nucleo electoral para evitar su abstención, desincentivar que el votante nuclear de tus rivales vaya a votar (por ejemplo creando una política del escándalo) y seduciendo el votante “indeciso” y el de frontera hacia tu propuesta. Por eso los partidos con capacidades de ganar elecciones adoptan un tono “centrista” con guiños ideológicos a su gente pero que no alarmen al votante del partido rival.

El electorado “indeciso” pero activo políticamente tiene muchos puntos de canalizar sus intereses en una política del relato, en una confrontación ideológica y en una política no anclada a ciertos rituales. Este electorado, cotizado por mucha gente, es propenso a ser ciberactivista o ser ciberciudadano, por tanto las organizaciones políticas deberían ser capaces de tener en cuenta lo que hacen los ciberactivistas. Supuestamente ese ciudadano más crítico y exigente que puede alterar su voto de forma utilitaria porqué su “fidelidad” ideológica no es a prueba de bombas y es el que puede dar o quitar mayorías de gobierno.

Otro factor importante en este modelo es un doble efecto que puede tener el ciberactivismo. La “reacción” a corto plazo y el “poso” a largo plazo. El primero se basa en la capacidad del ciberactivismo de provocar una reacción de forma más ágil que el activismo clásico en contra de una medida de un gobierno o un parlamento (o reaccionar en la defensa de esa medida, o a la hora de luchar “por una causa” política). Un ejemplo lo encontramos en la capacidad de reacción de diversas plataformas que utilizan internet para vertebrarse de forma ágil en conflictos de todo tipo (desde urbanísticos a sindicales). Aunque estas “reacciones” tienen más eficacia cuando hay “activismo clásico” detrás (por ejemplo un grupo de vecinos enfadados o una fuerte presencia sindical en una empresa) el ciberactivismo le dá una capacidad de reacción mayor. Cualquier político institucional que ante una crisis ciudadana no contemple la red estará haciendo un flaco favor a su propia causa. Ha de poder tener capacidad de incidencia en la red, buscar ciberactivistas que puedan defender “su causa” al igual que busca vecinos próximos con los que trabajar e intentar convencerles de que la medida X es buena. Y los ciberactivistas no se encuentran en las guías amarillas, han de existir previamente o nacer por sí mismos, los “ecos del templo” sólo consiguen repetir consignas sin apenas credibilidad… un tipo que hace aparecer un blog a favor de un candidato y que luego no pone un sólo post más habrá tenido muy poca incidencia real, debido a la credibilidad, por tanto el ciberactivismo es algo que debería potenciarse desde las organizaciones políticas. Tenerlos ahí en caso de emergencia, aún sin la seguridad que vayan a actuar favorablemente en caso de crisis (ya que los ciberactivistas aún los próximos a organizaciones políticas son autárquicos y críticos con su propia organización), debería ser importante para combatir las campañas puntuales, pero incluso para poder aprovechar las campañas que lanzan los ciberactivistas y sumarse a ellas, una maestría del tema ha sido lo que ha hecho el PSC que se ha sumado a la oleada de “No a las 65 horas” nacida en internet pero también en la calle, mientras que en internet ha sido la blogosfera y la UGT de Catalunya la que ha lanzado sendas cibercampañas, el PSC ha sabido sumarse al mensaje. Ha demostrado su capacidad de tener oídos en la calle, en el mundo sindical y en la blogosfera.

Por otro lado en el modelo de “baja densidad de ciberciudadanos” es el efecto a largo plazo. Internet tiene la ventaja respecto al activismo presencial en que los ciberactivistas de diverso pelaje ideológico tienen más posibilidades de interactuar. El “sectarismo” que conlleva el activismo de partido en el cuál lo más provable es que no conozcas un militante de otra organización excepto en momentos puntuales (por ejemplo como interventores el día de las elecciones) a menos que tengas ciertas responsabilidades o una red social que tenga militantes de otro color. El ciberactivista contactará con otros ciberactivistas de colores diversos.. facilita la creación de estados de opinión o de hegemonía cultural, o incluso de “relato político” en un sentido más amplio. Por ejemplo, la reacción contra las 65 horas no ha sido una reacción del PSC, sinó de la izquierda social, incluída la izquierda social de la red… gente que vota o no a diversas organizaciones ha sabido establecer como “mensaje social” que no quiere que el trabajar 65 horas se instaure. Aunque esto actúa de forma puntual, genera tendencias a largo plazo. El coste electoral de cada una de las medidas que tome un gobierno o una organización política irá dejando poso, a todos los niveles. El control “2.0” que antes citaba, es un gota a gota que va calando… aún, incluso en los ciberactivistas más “de partido”. Y eso provoca dos efectos: los partidos tienen la obligación de tener cierta democracia interna y un determinado estado de opinión generado en la red se propaga dentro de la organización por sus mismos activistas que están en la red. El segundo es el provocado en el propio electorado que se ve influído por los mass-media, la red social (me refiero a su entorno social, no al 2.0) y lo que vaya viendo que se genera en la red. No olvidemos que el ciberactivista también es un ciudadano del off-line que tiene su red social personal a la cuál influye, si en la red se genera una hegemonía cultural en contra de determinada medida que los mass-media no han informado, este puede tratarlo con su entorno social… la “bola de nieve” se extiende y causa estragos ideológicos.

Dejaré a un lado otro efecto, que es el cambio de cultura política que el ciberactivismo puede generar.. merece un análisis a parte.

En este modelo de “baja densidad de ciberciudadanos” aún los políticos institucionales deberían tener en cuenta que han de tener una estrategia de monitorización de la red y tener en cuenta a sus ciberactivistas (igual que tienen en cuenta a los activistas del movimiento vecinal o consideran la opinión que generan los mass-media).

III. ¿Pero realmente el ciberactivismo tiene efectos reales en la política institucional?

Bien, mi conclusión es que sea el modelo con el que trabajemos, el ciberactivismo tiene la capacidad de incidir en la opinión de forma lo suficientemente relevante como para que la política del poder lo tenga en cuenta. Lo triste de todo esto es que hay cierto autismo por parte de la política institucional (con contadas y heroicas excepciones) al ciberactivismo… con lo que se encuentra en la peor de las situaciones: una corriente de pensamiento político crítico y una política real que no atiende a esta corriente de ninguna manera, ni siquiera reaccionando en su contra o respondiéndola, con lo cuál se genera un mayor descrédito en la política institucional. Efecto que los ciberactivistas seguramente no queremos que ocurra (al menos los de izquierdas) porqué tiene el claro efecto desmovilizador y generador de pasotismo… campo que la derecha ideológica abona ya que le viene a bien.

Yo preveo un escenario donde las direcciones de las organizaciones políticas intentarán apostar por el ciberactivismo sin saber muy bien que réditos obtendrá por ello, esperando que solvente muchos de los problemas de legitimidad y credibilidad de la política. Pero el ciberactivismo por su poca incidencia en la política real (al menos para esta generación de políticos institucionales) en los ámbitos intermedios (que es donde realmente podría tener más incidencia ya que la “alta política” está mucho más condicionada por la “ley de la gravedad” de la macroeconomía), no podrá generar esa esperanza de renovación y cambio esperada.

Eso no implica que los que estamos en esta brecha no continuemos en ello, incluso por puro prurito personal… pero el ciberactivismo aunque tenga incidencia en los corazones de los ciudadanos si no logran acceder a los corazones de cierto stablishment político va a rascar poco en el corto plazo. ¿Es posible que la “oportunidad” que genera el ciberactivismo se pierda?.. no lo sé, prefiero tener una visión más optimista a medio plazo, los ejemplos de “políticos 2.0” seguramente tengan buenos resultados electorales (si no mueren en la pugna política interna) tal vez permita que el ejemplo se propague y que las direcciones impongan cierta consigna (pero la sensibilidad hacia el ciberactivismo es algo que no se pueda ordenar) a favor del ciberactivismo. Ello permitiría que la “oportunidad” de cierta mejora de la calidad de nuestra política se vea reflejada también en las organizaciones políticas.

Francamente no lo sé, la política como la vida está llena de gratas sorpresas pero también de frustraciones y graves disfunciones. Igual que el activismo vecinal y asociativos en algunos casos ha dejenerado a clienterismo o en una sombra de lo que fueron, también el ciberactivismo podría ser algo de lo que hablemos de aquí 20 años como un exotismo de inicios de siglo.

Un comentari a “Ciberactivistas y organizaciones políticas II: ¿es el ciberactivismo la política del futuro?

  1. me gustaria conocer como utilizar las herramientas tecnologicas en campañas politicas

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