Condicionamientos y aprendizajes emocionales en situaciones de supervivencia

Recientemente he leído un libro que me ha aclarado el porqué me comporto en algunas situaciones como lo hago, el porqué de mis miedos en situaciones de estress, etc… El libro, algo duro se titulaQuien vive, quien muere y porqué, de Lauren Gonzales. Analiza porqué hay personas que toman las decisiones correctas y otras que no, a pesar de que desde fuera nos puedan parecer obvias, en una situación de supervivencia.

peligro

Al parecer una clave de las personas que sobreviven es que son flexibles y adoptan cambios en los planes, están atentos a los mensajes de su entorno y tardan poco en adaptarse emocionalmente a ellos.

Es curioso, el libro describe situaciones extremas pero que en su esencia no me son ajenas. Una parte importante de las desgracias no nacen en un segundo sinó que son un cúmulo de decisiones erróneas, mala suerte e inadaptaciones.

Aferrarse al plan mental es el primer paso para profundizar los problemas

La premisa básica es que en situaciones de supervivencia (y en general en nuestra vida, pero no de una forma tan evidente) son nuestras emociones las que condicionan nuestro comportamiento y decisiones.

Los humanos tenemos la capacidad de elaborar planes. En una salida al monte hacemos un plan, una cierta idea de cuanto va a durar, del material que necesitamos, por donde vamos a pasar, que esperamos encontrar, los caminos que tomaremos y las direcciones a las que nos dirigiremos.

Este plan es importante porqué nos permite predecir y adaptarnos a lo que nosotros queremos hacer. Pero el plan no es infalible y el plan también es una actitud mental y nos aferramos a él a pesar que nuestro plan mental ya no corresponde a la realidad.

Me explico, cuando nos enfrentamos a una situación que altera nuestro plan la actitud original es obviar los factores que nos producen disonancia cognitiva. Contaré una anécdota salida de mi propia vivencia.. y que he repetido hasta la saciedad. Comenzar caminando por un bonito bosque en la dirección que creía que era buena, ir avanzando sin problemas hasta que de pronto aparece un obstáculo que no estaba previsto, ¿que hace ahí este río? ¿que pinta ahí este barranco?, o encontramos un elemento que no teníamos previsto encontrar ¿y esta cabaña? ¿esta carretera? ¿y este lago?. Lo que intentamos hacer es adaptar la realidad a nuestro plan, lo justificamos con explicaciones absurdas… ah, este debe ser tal lago (cuando según el mapa debería estar a kilómetros de distancia), esta carretera debe ser nueva y en el mapa no sale, debo estar algo despistado ahora, pero más adelante en ese recodo seguro que me oriento y me doy cuenta que voy por buen camino.

Aprender a dar un paso atrás cuando nos hemos equivocado

Algo en nuestra mente nos dice que el plan original está alterado, que la realidad no concuerda con lo que teníamos previsto encontrar, en el mapa estos elementos no concuerdan con la ruta que supuestamente estamos haciendo. Lo obvio es que nos hemos equivocado de camino y lo mejor es retroceder y recuperar el camino allí donde estamos seguros de que íbamos bien. Eso es lo fácil y lo obvio, pero lo natural es seguir hacia delante. O bien obviamos las señales objetivas de que estamos equivocados o comenzamos a intentar casar la disonancia entre lo que vemos y lo que esperábamos ver en base a hacer pequeñas negociaciones y concesiones (tal vez nos hayamos desviado unos centenares de metros, pero más adelante retomaremos el camino).

Yo me he encontrado decenas de veces en esta situación… tanto en la alta montaña como en paseos muy sencillos como en entornos urbanos. Volver atrás no gusta, cuesta mucho conceder que nos hemos equivocado y tenemos asociadas emociones que nos impulsan a seguir adelante ¿ahora he de ir hacia atrás y perder todo lo avanzado? ¿he de gastar más energía y perder más tiempo en encontrar el camino bueno?. Confundimos deseos con realidad y descartamos lo que nos produce disonancia cognitiva. Tiramos adelante a pesar de que algo en nuestro interior nos dice que estamos equivocados. Al principio corremos más, buscando salir de esa situación que nos genera ansiedad: el camino en el que estamos seguro que nos lleva a un lugar conocido… con lo cuál cuanto antes alcancemos esa seguridad mejor.

Las fases: negación, ira, negociación, depresión y aceptación son las típicas fases que pasamos los humanos ante cualquier cosa que nos altere nuestra realidad de forma dramática (como la pérdida de alguien querido o una grave enfermedad). En una situación de supervivencia, aunque sea relativamente poco peligrosa, tenemos que pasar lo antes posible por estas fases para una vez aceptada la nueva situación podamos atender a la situación real en la que estamos.

Cuando nos perdemos lo mejor que podemos hacer es aceptarlo e intentar volver al punto donde sabemos que estábamos en el camino lo antes posible, o bien buscar alternativas que afronten claramente el problema. Cuanto más adelante vayamos, más profundicemos en el error, más tendremos que andar hacia atrás o bien nos podemos meter en una situación donde no podemos ir hacia atrás. A veces por pura suerte encontraremos el camino, nos saldremos del atolladero por puro empecinamiento y azar, otras, las más, nos meteremos en un problema más serio. Si por casualidad encontramos el camino o alguien que nos saca del atoyadero desarrollaremos una emoción secundaria que nos indica que “aunque nos perdamos todo va bien”, por tanto las malas experiencias que salen demasiado bien nos dejan una falsa sensación de seguridad.

El miedo que lleva a meterse en situaciones peores

Tenemos un instinto de supervivencia que nos lleva  a tener aversión a ciertas situaciones de peligro. Alguien sin experiencia que pisa nieve en una pendiente siente miedo, el suelo no es estable y ese mensaje le llega al cerebro, provocando la emoción de miedo que impulsa a salir de la situación peligrosa. La mayoría de personas tienen algún tipo de miedo a las alturas, asomarse a un paso aéreo suele poner los pelos de punta por muy sencillo que sea el paso. Los montañeros más experimentados no tienen tanto miedo, han tenido un aprendizaje emocional que les hace confiar en su habilidad y en el material y ese miedo se transforma en concentración.

Estos miedos hacen que nos movamos para evitar el peligro. Algunas veces esa emoción nos lleva a problemas más graves. Una persona con miedo en un paso aéreo se mueve con más torpeza, está poco atenta a donde poner los pies y las manos, tal vez no se dé cuenta que hay un paso más sencillo unos metros más hacia un lado. Por ejemplo en la cresta del Vallibierna lo mejor es pasar justo por la parte superior, por mucho que de mucho miedo pasar por arriba al tener barranco a los dos lados, en cambio hay una segunda traza marcada un metro hacia la derecha, en pasos algo más difíciles, realizada por la gente que le da miedo pasar por la arista de la crista y que desea escorarse más a un lado para así sólo tener miedo por uno de los lados de los barrancos a pesar de ser más peligroso.

Aceptar la situación como es y no como queremos que sea y desarrollar un buen aprendizaje emocional

Bien, estamos en un problema, ¿y ahora qué?. El “problema” no se soluciona hasta que no afrontamos la situación tal y como es y buscamos la solución que, aunque nos cueste emocionalmente, sea mejor. Gonzales pone muchos ejemplos de cómo personas en situación de supervivencia han salido. Sin ser tan dramáticos todo alpinista puede poner ejemplos personales que en situación de supervivencia donde han sabido salirse al afrontar la situación tal y como es.

Pondré un ejemplo poco dramático aunque reciente. Estábamos un grupo de amigos haciendo un vivac a 2.400 metros, en la ladera del Pico de Alba, una noche serena y tranquila, la previsión mirada el día anterior de tormenta era de un 15% en la zona de Benasque, así que nos ponemos a dormir. Al cabo de unas pocas horas resplandores en el horizonte nos llevan a despertarnos… Había una fuerte tormenta eléctrica detrás de los contrafuertes en los que nos encontrábamos y poco a poco parecía que se aproximaba. Con cada resplandor veíamos claramente que teníamos nuves de tormenta encima nuestro.

En ese momento lo mejor era asumir que iba a llover y que íbamos a tener una tormenta eléctrica directamente encima y actuar en consecuencia. Pero salir del saco, bien calentito, descansando del trote del día anterior, además, sacrificando un buen desnivel que nos daba muchas posibilidades de hacer cima el día siguiente nos hacía darle vueltas. Las emociones de cada uno actuaban. El apego a la cima, el miedo a afrontar una tormenta estando en marcha, la sensación de confort que había en ese momento, la tranquilidad de la noche, la falsa aparente lejanía de la tormenta (que al estar justo detrás de los contrafuertes donde dormíamos apagaba el sonido de los truenos), el apegarnos al “plan” que incluía una previsión metereológica optimista, pero que obviamente había quedado desfasada. Costó un poco tomar la decisión de marchar, esperamos hasta que la tuvimos encima, porqué aún algunos (yo el primero) nos apegábamos a la idea original. El hecho es que descendimos en plena caída de rayos (por suerte no muy cerca) y terminamos empapados.

Es curioso el comportamiento de cada una de las personas en esta situación. Yo me apegaba a la esperanza de que la tormenta no terminara de superar los contrafuertes, y hasta no tener las primeras gotas no me terminé sumando (y lo hice a contracor) a los que tenían claro que lo mejor era salir de allí. Quien tenía la cabeza más fría escondió los “hierros” (grampones, piolets, bastones) para evitar que atrajeran a un rayo justo encima nuestro, nos impulsó a guardar todo en la mochila y prepararnos para el descenso, estos fueron los primeros en adaptarse a la nueva situación. También quien sabiendo que teníamos fundas de vivac y las cosas guardadas en la mochila quien planteaba que podríamos aguantar el chaparrón. Tanto unos como otros en seguida se adaptaron a la nueva situación y la aceptaron, yo tardé algo más, sabía que no quería estar allí arriba si caían rayos o si caía un fuerte chaparrón, y me aferraba a la idea de que la tormenta no terminaría de llegar. La resistencia no fue muy larga, pero sí lo suficiente como para mantener la decisión en el aire, dándole esperanzas a los que se querían quedar y capear el temporal y sosteniendo la decisión de los que querían descender. Seguramente lo mejor hubiera sido decidirlo al momento, o aguantamos o nos vamos, y si hubieramos descendido antes, no hubieramos corrido tanto riesgo en el descenso, y si hubieramos decidido capear el temporal a esa altura, nos hubiéramos salido de la riera de deshielo del Pico de Alba y apartados a un lado en lo que aún sería hierba seca podríamos haber plantado un nuevo vivac en mejores condiciones. Mi apego al plan original hizo retrasar unos minutos la decisión, a pesar de que era consciente que lo mejor era posicionarme con los que se querían quedar y aguantar el temporal o marchar de forma decidida hasta el refugio a una hora de camino. No tardé en decidirme exactamente, sinó que decidí ambas cosas y me puse la condición de ver caer la primera gota de agua para marchar… darle una posibilidad al plan de aguantar, decidí ambas cosas y no dudé en dejar de posicionarme a favor de aguantar el temporal para que ganara la opción de descender (aunque emocionalmente no quería posicionarme, ya que quería todo, evitar la lluvia y quedarme). Como grupo reaccionamos bastante bien, la duda nos hizo debatir durante 15 minutos, pero luego, una vez el peligro era real, las decisiones fueron rápidas y actuamos con la cabeza fría, dejando el material metálico en altura a pesar que sabíamos que teníamos que ir a buscarlo al dia siguiente y sacrificando la opción de descansar y la salida en general por evitarnos un mal mayor.

Algo parecido pasó cuando a tres montañeros nos tuvieron que rescatar por estar colgados en la zona de Coma de vaca sin posibilidad de descender por nuestros propios medios y sin posibilidad que ningún grupo de rescate a pié pudiera alcanzarnos. Subimos el Bastiments con mal tiempo, pero en condiciones que se podían subir… el problema fué al descenso, el tiempo empeoró tanto que no había forma de descender. Nos apegamos al principio a intentar descender por donde habíamos subido, poco después valoramos el descender por un collado adyacente, descartándolo enseguida debido a que supusimos que íbamos a encontrarlo igual de mal. Tardamos unos pocos minutos en tomar una decisión crucial: buscar refugio aceptando que ese día no íbamos a descender de la montaña y que íbamos a pasar una noche con poca comida, sin saco ni material para pasar la noche y que nos esperaba una larga caminata en las peores condiciones a un refugio sin guardar.

Abandonamos el plan cuando la realidad nos impidió realizarlo, no tardamos demasiado y rechazamos las opciones que emocionalmente nos llamaban primero: volver al coche y por tanto a la plena seguridad por la vía más corta, y optamos por lo que emocionalmente era más difícil, asumir una noche en malas condiciones, progresar en las peores condiciones y en dirección contraria hacia un refugio relativamente alejado, asumimos que íbamos a alejarnos de las pistas de esquí de Ulldeter, la zona civilizada más cercana para caminar durante un par de horas en mitad de un temporal  sin visibilidad y sin descanso en dirección a una zona más agreste y alejada de la civilización.

A la mañana siguiente también tuvimos que afrontar, nuevamente un cambio de planes. Nuestro plan de descenso era irrealizable, una hora y media de batallar con la nieve nos lo hizo ver, tardamos ese tiempo no sólo en comprobar el estado de la nieve sinó, también, en asumir que no podíamos ejecutar nuestra alternativa para descender a la civilización y en llamar, a través de la radio de emergencia, a los servicios de rescate. Yo lo tenía bastante claro en la cabeza y no en el corazón, toda la noche la pasé casi sin dormir porqué era bastante consciente que nuestras posibilidades de salir por nuestro pié de la zona. Mis compañeros no compartían conmigo tales preocupaciones ya que no conocían el camino de descenso hacia Queralbs (la opción que queríamos tomar), y por ello fuí el primero en aceptar que no podríamos bajar, pero mientras me aferraba a la idea (un poco ilusa, porqué todos los datos objetivos me decían lo contrario) que mis compañeros me transmitían: por la mañana bajaríamos por el camino hacia Queralbs… Yo miraba y remiraba el mapa esperando encontrar una esperanza, ver algo en las curvas de nivel que me diera esperanza, buscar hacer coincidir la disonancia cognitiva. Una vez tomamos la decisión de que no podríamos bajar por nuestro propio pié por el camino de Queralbs y que íbamos a ahorrar energías para, en el caso de que llegara un equipo de rescate, tenerlas para poder salir de allí con ayuda, sentí un alivio. Contactamos con los bomberos de montaña con la radio de emergencia del refugio y esperamos el rescate, no podíamos hacer más y habíamos desperdiciado unas horas en todo el proceso.. no demasiadas, basicamente porqué teníamos que, a base de dosis de realidad, desapegarnos a nuestro segundo plan para volver a la civilización. Renunciar a volver a la civilización rápidamente para hacerlo de la forma más segura y sensata.

Los hechos nos dieron la razón, cualquier intento de descenso en las condiciones en las que estaba la nieve hubiera sido muy arriesgado, y optamos, una vez metidos en el problema por la opción más fría y racional, por mucho que era la que nos alargaba más la duración de la situación de superviviencia y la que nos dejaba dependientes de los equipos de rescate.

De estos dos casos recuerdo la lucha interna, emocional, contra el plan original o los planes alternativos, para intentar concordar la realidad con lo que había planificado. También recuerdo que al final logramos aceptar las situaciones y tomar la opción de supervivencia mejor en cada momento, y creo que actuamos correctamente, actuando al final como personas que optimizan sus posibilidades de supervivencia.

Otras situaciones que no he vivido en primera persona pero sí he visto en terceros es darme cuenta como las emociones mal aprendidas llevan a situaciones de mayor riesgo. En el Vignemale lo correcto es encordarse subiendo el glaciar y desencordarse si no se hacen reuniones y se utilizan seguros intermedios para subir la pala final (o grimpada en roca en verano). ¿El porqué?, bien sencillo, en un glaciar de valle si alguien cae en una grieta los dos compañeros de cordada pueden parar la caída con bastante posibilidades, la caída no provoca un tirón en la línea de mayor pendiente sinó que en el peor de los casos tira al suelo a los otros miembros de la cordada dándoles margen para frenar la caída del compañero, y con algunas técnicas (como nudos intermedios) la caída puede frenarse sola. En cambio en una pendiente si alguien cae lo hace en la línea de mayor pendiente y el tirón que sufren los compañeros de cordada es a favor de saltar de la propia pendiente, además al no llevar seguros intermedios ni haber reuniones y la cuerda no estar completamente tensa, el que cae gana tanta inercia que no hay quien pueda pararlo. El problema adicional es que si uno de la cordada logra autodetenerse enseguida vuelve a ser arrastrado por el resto de sus compañeros en la caída, o se paran los tres a la vez o se pararán contra algo duro o si hay suerte donde la pendiente se abomba nuevamente y sobre un campo nevado.

En el Vignemale en cambio es fácil ver cordadas, normalmente de franceses que suben y bajan las palas pendientes totalmente encordados. Una en concreto que ví, estaba formada por lo que aparentemente eran dos montañeros experimentados con un tercero bastante asustado. Puedo entender que para darle más seguridad en un descenso un pelín vertiginoso se monte un rappel o se organice un descenso donde se asegura al montañero que no lo vea claro. Pero es evidente que a parte de montarle un “quitamiedos” al montañero asustado la ayuda es más que simbólica, si uno de los dos montañeros experimentados cae, el otro difícilmente le iba a parar y la caída de uno significa la caída de toda la cordada, en especial si el que se resbala es el que iba el último de la cordada en la parte superior, y si el novato se resbalaba los otros dos tenían un margen de maniobra muy corto, con suerte lo sujetan, pero es confiar demasiado al azar. O se desciende desencordado o se monta una reunión y se deja bajar al novato poco a poco con la cuerda tirante y el montañero experimentado asegurado en la reunión, o se baja en rappel con la cuerda en doble, descender lo largo de la cuerda, el novato afianzarse con el piolet (estábamos en una pala empinada no en una pared y había posibilidades de aposentarse cómodamente y autoasegurarse con el piolet), y los otros dos descender tranquilamente a su altura y volver a montar una reunión, aunque fuera con los piolets, y el novato descender nuevamente con la cuerda tensa. No lo hicieron, el miedo de uno de los tres miembros de la cordada y el empecinarse por un método que objetivamente es inseguro les llevó a ponerse en una situación más arriesgada a los tres.

Aprendizaje emocional útil para las situaciones cotidianas

Nuestras emociones y apegos también actúan en situaciones ordinarias. Tal vez sus consecuencias, a corto plazo, no sean tan dramáticas y el “peso de la realidad” no sea tan duro como para hacer obvio los apegos emocionales y los planes que no se adaptan a la realidad. Si analizamos con detenimiento podemos darnos cuenta de situaciones en nuestra vida donde nos hemos negado a aceptar la realidad, o que nos ha costado asumir que lo que teníamos en mente no era lo que estaba ocurriendo. Decidir cambiar, tomar una opción diferente y abandonar los apegos emocionales a posicionamientos y decisiones es muy duro, pero esencial para evolucionar.

Una buena actitud emocional hacia la supervivencia creo que es útil también en la vida diaria. Ya había comentado que por ejemplo, la política, es una actividad muy emocional y que renunciar a planteamientos que te han mostrado que son falsos es un paso realmente difícil. La actitud emocional correcta para una situación de supervivencia también es la mejor para la vida diaria, incluso para algo tan alejado a actividades de riesgo como la vida política, y como no, para nuestra vida personal.

5 comentaris a “Condicionamientos y aprendizajes emocionales en situaciones de supervivencia

  1. De montañero a montañero: todas estas cuestiones son fascinantes para debatir… entre montañeros alrededor de unas buenas jarras de cerveza después de una ascensión.

    Quiero decir: por mi experiencia, las cuestiones del “riesgo asumido” son difícilmente entendibles por la gente que no hace montaña. No he leído el libro (me gustaría), y podemos analizar sesudamente todo esto de las situaciones de riesgo y la actitud emocional que hay que tener, pero no sé si eso explica por sí solo “quién vive y quién muere” en la montaña… que es un entorno hostil y (sobre todo en invierno) donde puede pasar de todo. Ahí, siento ser tan simple, la experiencia es un grado. Y el riesgo que asume la gente con experiencia es difícil de entender por el profano… y es difícil medir de modo objetivo cuándo un montañero se ha extralimitado (en el sentido de asumir riesgos excesivos)… de ahí a la discusión de los rescates hay sólo un paso.

    Te pongo un ejemplo personal, ya que tú explicas algunos tuyos: yo he ascendido el Posets en invierno, y en solitario, partiendo a una hora bastante tardía (11 de la mañana desde el coche). Cualquiera diría que fue una insensatez, sin embargo yo tenía fuertes deseos de hacer esa ascensión, y no contaba con nadie, y por razones que no vienen al caso no podía empezar antes. Creo que soy una persona sensata y mi experiencia en montaña me permitió medir los riesgos: día de buen tiempo, ruta conocida (no era la primera vez que la hacía, aunque no en invierno), un refugio intermedio, equipo completo, mis amigos sabían dónde iba… Como te puedes imaginar se me hizo de noche, y mi mujer y mis amigos estaban preocupados. Es difícil que yo les pueda explicar la intensa emoción que me supuso llegar a esa cima sin que no hubiera un alma por allí, ni siquiera huella… que yo sabía de sobra que se me iba a hacer de noche, pero el reto de la cima se superpuso a la precaución… que medí bien (¿?) el riesgo de bajar de noche parte de la ruta, puesto que no era previsible (¿?) un cambio brusco de tiempo, que yo soy prudente y experimentado como para sufrir un percance (¿¿??), que llevaba una linterna frontal y podía regresar siguiendo mi propia huella (¿?), que había un refugio intermedio al que llegar…

    Todo ello era cierto, y la cosa salió tal como yo la planeé. Pero podría haberse torcido, porque cada uno de los puntos en que he puesto una interrogación, y algunos otros, no eran 100% seguros… Siempre quedará la pregunta de si yo soy un crack midiendo los riesgos o si simplemente tuve potra… y es una pregunta imposible de contestar (salvo casos muy evidentes) cuando hablamos de montaña: al final un montañero decide según su mejor experiencia y saber hacer, en función de una multiplicidad de variables, y si sale bien dirán que es un gran montañero y si sale mal dirán que fue un irresponsable.

    Hablaba antes de los casos evidentes. En verano, la alta montaña puede ser engañosamente benigna… sobre todo para las hordas de “nuevos montañeros” que inundan últimamente nuestras montañas. Porque esto, como tantas otras cosas, se ha puesto de moda, y cuaquiera cree que puede pasearse con deportivas por la nieve de Gredos mientras tú te cruzas con ellos con tus crampones mirándoles alucinado. El hecho de que todos los años haya algún muerto despeñado en el hielo no parece decirles nada.

    Yo, al igual que tú seguramente, he sido testigo de tropelías escalofriantes. Desde el “escalador” que en un rappel no comprueba que su cuerda llega hasta el suelo y no hace un nudo al final para que se quede trabada en el descendedor… obviamente, se salió de la cuerda y se pegó una costalada que por suerte fue sólo desde 1,5 m… si hubiera estado rapelando entre reuniones, pongamos a 15 metros del suelo, sencillamente se hubiera matado.

    O una marabunta de “montañeros” cruzándose sobre el abismo en el Paso de Mahoma, con nieve pisoteada y helada, empujándose espalda contra espalda, y sin crampones… No se cayó nadie de puta casualidad. Yo no podía creer lo que veían mis ojos. ¿Dónde coño a quedado el “saber montañero”?

    Que la gente vaya a la montaña a matarse es lamentable. Últimamente me parece que cada vez es más así. Tanto, que mi propia familia y amigos me miran como a un friki… “un día te vas a matar”, dicen… Pero no hay que confundirse… el friki es el que va al monte a jugársela… como decía Gaston Rebuffat, el montañero va al monte a DISFRUTAR Y CELEBRAR LA VIDA, el que va a jugar con el riesgo no es un auténtico montañero, y suele acabar mal.

    El último post de Ender: Un buen artículo sobre la cuestión nuclear

  2. Hola Ender:

    No sabía que fueras también montañero!!. Bueno, yo diferenciaría 3 tipos de situaciones de peligro:

    – Las que se producen por cuestiones imponderables. La caída de un bloque de seracs que mató hace un año a un buen puñado de alpinistas en el Montblanc de Tacúl entraría dentro de estas desgracias, no hay errores (excepto el simplemente practicar el alpinismo en un lugar peligroso), y no había ninguna medida que pudieran tomar para evitarlo… Los seracs caen de tarde en tarde, pero caen y lo que has de hacer es pasar rápido debajo de ellos si no tienes más remedio que pasar… si caen cuando tú pasas, bueno, pues eso, una desgracia.

    – Las que se producen por desconocimiento. Estarían las imprudencias que citas, estas aún podemos entenderlas dentro de una lógica. Quien se mete no es consciente de los peligros que asume y los errores están más basados en el desconocimiento que en un mal aprendizaje emocional (aunque algo está relacionado).

    – Las que le ocurren a personas con experiencia a causa de decisiones que no se logran explicar. Por poner un ejemplo muy dramático, hablaré de la catástrofe del Balandrau, ocurrida hace unos años en una cima que de por sí no tiene nada y que les ocurrió a un grupo de himalayistas experimentados. El Balandrau es lo que aquí se llama “cim de vaca” y supera a duras penas los 2.500 metros, una montaña como toda montaña que hay que respetar pero lejos de los gigantes de más de 3000 metros y con pasos técnicos del pirineo o simplemente nada que ver con los picos, algunos de vaca, del pirineo oriental que superan los 2.800 y los 2.900 metros. Pues en plena tormenta de nieve y de viento huracanado llamado torb (alcanza más de 200km/h) se adentraron a subirlo, cayeron en un alud, salieron de él pero el viento les iba sepultando de nieve hasta que todos murieron agotados y congelados, uno a pocos metros del refugio, creo que el de Coma de Vaca. ¿Cómo unos himalayistas experimentados y con gran conocimiento del pirineo oriental y que saben que el torb es horrible se adentran en semejante encigalamiento? ¿que les lleva a pensar que el temporal y la previsión de grandes vientos no les iba a afectar? Sólo se explica desde la perspectiva de aferrarse al plan y de un aprendizaje emocional que les hizo pensar que si resistieron las duras condiciones del Himalaya no les iba a afectar el peor de los vientos del pirineo oriental con sus amables cimas redondas. Esa falsa seguridad, esa inadaptación a cambiar el plan una vez ves que la cosa no está para bromas, les hizo meterse en una situación de alto riesgo a pesar qeu los más novatos pirineistas que ese día desistieron veían claramente que no era buen momento para practicar el alpinismo en la zona.

    Sobre incomprensiones, me he encontrado de todo, también de algún montañero… (curiosamente esa persona también se ha metido en sus encigalamientos más de una vez).

    Yo creo que lo que hiciste no tiene que ver con los riesgos del tercer nivel. Tu plan se adecuaba a la realidad, sabías como subías y sabías lo que te ibas a encontrar, te adaptastes a tus posibilidades y llevaste el material que tenías a mano. Hiciste algo difícil pero no te aferraste a un plan como si lo que hacías era bien fácil. No es una cuestión de si haces algo difícil o no, sinó como te terminas encigalando cuando tu conocimiento y espectativas te deberían apuntar a dar la vuelta o no continuar por donde estás avanzando.

    Al igual que tú yo hice una ascensión en solitario, además comenzó siendo nocturna (en lugar de acabar), en verano a una cima con cierto nivel técnico, el Peguera (casi un 3000 por dos metros), y como tú sabía donde me metía, lo que hacía, que tiempo estaba sufriendo, había avisado y me estaban esperando en el refugio y contacté con un grupo que lo haría una hora y media más tarde que yo por si cualquier cosa. Igual que a tí, la cosa salió redonda, una de las ascensiones más interesantes que he hecho y el plan se ajustó bastante a lo que ocurrió, se le añadió algo de lluvia ligera y viento que me hizo modificar el plan, en lugar de afrontar la cresta del tirón la hacía a pequeños pasos esperando que el viento dejara de rachear y aprovechaba cuando este amainaba para avanzar una decena de metros. No creo que me encigalara, hice algo complejo y difícil pero dentro de mis habilidades y límites y con márgenes para errores y no dando ningún paso que después no pudiera desacer.

    Bueno, un saludo y a ver si hacemos alguna cosa por la montaña, la sierra de Gredos no la conozco y si paso por Madrid ya te contactaría, lo mismo digo si quieres hacer algo de pirineo catalán, andorrano o francés oriental…

  3. Hombre, lo de quedar a patear sería cojonudo. Mi “problema” actual es que acabo de tener un hijo… y si el dicho “montañero que se casa cuerda que se pudre” tiene algo de cierto, con un bebé en casa ya ni te digo… Vamos, que tengo un mono de montaña que sólo se me pasa escribiendo paridas en el blog propio o en los ajenos (ja, ja).

    El pirineo catalán además no lo conozco mucho, apenas un par de visitas a Aigües Tortes, fantásticas, por cierto. Suelo ir más a Huesca. En caso de ir por allí, también te avisaría, por si acaso. Por mi parte, encantado de enseñarte Gredos, una “escuela invernal” fantástica a escasas 3 hs de Madrid… y en verano también muy recomendable.

    Sobre la clasificación de riesgos que haces: me gusta, pero en la 3ª, la del “aprendizaje emocional”… bueno, me surgen dudas. No niego lo pertinente del argumento, está claro que todos nos hemos encabezonado en algo en el monte alguna vez, bien sea por enormes deseos de hacerlo, o por exceso de confianza, o por cualquier motivo que se puede resumir en “aprendizaje emocional”, pero sigo pensando el enorme papel que el azar tiene en todo esto (como en tantas cosas de la vida). El caso que relatas del Balandrau, que seguí por los medios, está claro que calcularon mal los riesgos o su capacidad de resistencia y de solvencia en la montaña, pero, ¿acaso no fue también un terrible caso de mala suerte? Probablemente, si el torb les pilla en otro punto de la ladera, o si hubieran salido un poco más pronto ese día, o un poco más tarde… posiblemente ahora estarían con vida. Además, estarían posiblemente aún más convencidos de su experiencia y buen hacer al haber subido y bajado, con una terrible tormenta cerca, un pico en el que la mayoría de los grupos ese día se dieron la vuelta.

    En definitiva lo que quiero decir es que el azar tiene mucho que decir en todo esto. No pretendo dar lecciones a nadie, pero una regla que suelo seguir es “no darle demasiadas oportunidades al azar”… insisto: es un entorno hostil: desconfiar, siempre estar alerta, mirar mucho al suelo (para ver el terreno que pisas), mirar mucho al cielo (para ver lo que se puede avecinar), mirar mucho al reloj, conocer tus límites físicos y psicológicos, conocer la fortaleza del grupo en el que vas (que siempre es la del más débil de sus componentes)… y lo más importante, válido para el Himalaya y para cualquier “cim de vaca”: no temer a la renuncia, y no arrepentirse nunca de una renuncia.

    En fin, sigo diciendo que esto se charla mejor delante de unas cervezas… a ver si hay ocasión.

    El último post de Ender: Un buen artículo sobre la cuestión nuclear

  4. No conozco mucho el mundo de la montaña, pero me parece un buen post, extrapolable totalmente aunque en sentido metafórico a la vida diaria. Por ejemplo, el tema de no retroceder aunque se tome el camino equivocado suele conocerse como coste del error. Lo dicho, buen post.

  5. Grácias por el comentario Mertxe y sí, creo que parte de la actividad de la montaña donde los “errores” son más evidentes y se palpan de forma más clara se puede trasladar al mundo de la empresa y del coaching.

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